A este lado del río los olmos se alinean de tal manera frente a él que parecen ser los obedientes guardianes de sus bajas y lentas aguas; estas altas y enmarañadas estructuras le proporcionan una fresca protección en verano, pero ahora, a la espera de su renovada espesura, son solo como un símbolo estético más, una escultura maestra repetida a todo lo largo de su cauce.
También los diminutos y asustadizos gorriones se sirven de ellos: es fácil verlos balancearse, juguetonamente, sobre sus desnudas ramas. Son árboles centenarios, columpios centenarios. La frágil presencia de esos pajarillos tiene el efecto de borrar del ambiente, en la fulgurante claridad del aire de año nuevo, la eterna y espesa sensación de agrio derrumbe que llega, desde tiempo inmemorial, del extrarradio de la ciudad.