lunes, 31 de enero de 2011

El producto

No sé porqué me dio por entrar en El Corte Inglés aquella mañana (no soy especialmente aficionado a ir de compras, y menos pudiendo elegir no hacerlo), pero el caso es que aquel día, disponiendo yo de un par de horas libres (un aplazamiento inesperado en la cita con un cliente lo hacía posible), me encontré recorriendo los pasillos de la sección de perfumería masculina, distraídamente, ya que en realidad no necesitaba nada de lo que allí se ofrecía; se trataba solo de pasar el tiempo.
Mi oficina está bastante cerca, era una hora en la no podía coincidir con ningún compañero con el que tomarme algo en el bar de abajo, o simplemente charlar un rato, así que, sin otro propósito me propuse dar un largo paseo por la zona y regresar al trabajo justo a tiempo para la comida que ya tenía programada. Al llegar a las puertas de los grandes almacenes, como digo, sin saber muy bien porqué, entré.
De la sección de perfumería subí a la planta de arriba, que creo que contenía sobre todo electrodomésticos, y allí me demoré algo más, aunque de nuevo sin buscar nada en especial. Enfilé un pasillo que me pareció algo más largo de lo habitual, y que, al final, se ensanchaba en una especie de claro que me dio la impresión podía estar reservado a la exposición de aparatos de gran tamaño.
Continué por él, y fue justo cuando ese espacio más ancho estaba a unos pocos metros de mí cuando reparé con sorpresa en la mancha negra, de sorprendente perfección, que se hallaba ante mí, en el suelo. Me paré en seco. Parecía un círculo exacto, de un metro aproximadamente de diámetro. Si hubiéramos estado a cielo abierto, hubiera pasado por el punto donde, por ejemplo, un helicóptero en prácticas debiera aterrizar. Intrigado, avancé un poco más. La mancha resultó no ser tal, sino posiblemente un vinilo publicitario negro adherido al suelo por alguna curiosa promoción comercial, o tal vez una marca señalizando algún evento que tendría que tener lugar exactamente allí, pero en todo caso su apariencia cobró al acercarme más una extraña cualidad de espesura. Alcé la vista. Apenas había público. Algunos dependientes deambulaban entretenidos en quehaceres que parecían creados para disimular una general inactividad; otros simplemente permanecían quietos, en pie, en estado de relajada espera.
Al volver a mirar al suelo y acercarme hasta el borde del círculo no pude salir de mi asombro: lo que me había parecido una mancha o una señal circular negra en el suelo era en realidad un agujero. Estaba allí, en medio del pasillo de un centro comercial, como si tal cosa, sin un cerco de seguridad, ni indicación alguna. Me fijé con mayor detenimiento en él. Inmediatamente me sorprendió la absoluta oscuridad que llegaba del hueco, como si éste no condujera a lugar alguno, sino a simple más oscuridad.
Alarmado por mi descubrimiento busqué con urgencia un dependiente. A los pocos segundos (posiblemente al advertir mi desconcierto), una señora algo entrada en años, de aspecto forzadamente juvenil, me abordó:
- ¿Puedo ayudarle en algo?- Me miraba sin señal de alarma, pese a convivir en su trabajo con un socavón en el suelo por el que podrían desaparecer cuatro personas como ella.
Le conté lo ocurrido, y, llevado por mi propia excitación, la acompañé casi arrastrándola hasta el hueco, que estaba a solo unos pocos metros de nosotros, a la vuelta del pasillo.
Al llegar allí, sin embargo, su expresión se tornó en decepción:
- Ah, sí, el agujero. Está de muestra. Nos ha llegado esta mañana.- Su respuesta no pudo sonar más natural.- No sabía si estaba dentro de una película de ciencia ficción o dentro de un sueño.
- ¿Cómo que le has ha llegado esta mañana?, ¿Qué les ha llegado esta mañana?, -Temía que me respondiera que el agujero. Sabía a la vez que no había otra respuesta posible.
- Sí, perdone, comprendo su sorpresa. – Su mirada de preocupación significó para mi que un puente se intentaba alzar entre nosotros-
Continuó-
- Es un producto novedoso. Aunque lleva ya un tiempo vendiéndose, pero, la verdad, lo de traer una muestra, yo no sé si es buena idea…
- ¿Un producto?. Se me ocurrió al instante la idea de que no iba a poder dejar de formular preguntas.
En ese momento observé que llegaban hacia nosotros dos clientes, y, un paso por delante, el dependiente que les conducía. Al llegar casi a nuestra altura, oí el consejo del vendedor:
- Y lo pueden ustedes probar sin ningún problema, sin ningún compromiso. Ya les digo, hoy mismo nos ha llegado la muestra.- Una sonrisa de oreja a oreja coronaba su amable explicación. –la chica le miraba dudando, el chico parecía mas bien resuelto-Se dijeron algo entre ellos, en susurros. Yo permanecía a la espera.
Al final, con la sonrisa del dependiente en modo de espera frente a ellos, el chico habló:
- Sí, sí, yo lo pruebo. No te preocupes Cris, que yo lo pruebo. –Y, al dependiente-Es que es para su padre, pero quiere probarlo antes, y no se atreve.
- Bien, dijo éste. Muy bien, ya sabe, solo tiene que…dejarse caer…nada más
El chico sonrió al auditorio, (del que a causa de una mirada, ¿en busca de aprobación?, que me lanzó, me sentí incluido), y sin mediar palabra, saltó, perdiéndose en el vacío del subsuelo, sin dejar rastro de sí tras él.
Un silencio absoluto se apoderó de la estancia. Mi perplejidad no tenía ya límites. Aturdido, a punto de caer al suelo en estado de choque, me recompuse sin embargo lo suficiente para lanzar un desgarrador:
- Pero….¿Dónde…..está?.....
Me aproximé al borde del hueco, para buscar con la mirada un posible indicio de la presencia del joven que acababa de desaparecer antes mis ojos. Una oscuridad densa, implacable, fue todo lo que obtuve por respuesta
A mi horrorizada pregunta siguió mas silencio. El vendedor sonrió a su compañera, y se dirigió a mí, con aire de salvador
- Ah…ya veo... usted tampoco conocía el producto.
Su aire de suficiencia fue un aldabonazo a mi conciencia. Me rehice y luché por mi verdad, entrando en su campo de juego:
- Pues no, la verdad, no lo conocía, si tuviera usted la amabilidad de enseñármelo…-Era mas pánico que curiosidad lo que sentía cuando le seguí hasta la estantería. Me señaló dos tipos de cajas rojas, alargadas y mas bien planas, como del tamaño de una que pudiera contener una raqueta de tenis, del doble de altura la otra. Sujetando una caja pequeña me aleccionó:
- Sí, los agujeros los hay de dos tamaños: de un metro veinte y de dos metros de diámetro. Viene todo perfectamente especificado en las instrucciones. En realidad es muy fácil su manejo, solo hay que desplegarlo en el suelo, eso sí el suelo debe estar completamente liso y limpio y esperar a que se pegue. Una vez que se pega se puede usar durante veinticuatro horas, las veces que se quiera.
Cogí la caja. THE NEW BLACK HOLE, en letras negras, ocupaba la cara grande del envase, la única impresa. Abajo, en pequeño, Made In China. Una diminuta ventana de plástico dejaba ver de su interior un manual de pequeño tamaño en papel y un pliegue negro, que podría pasar por una cortinilla o algo parecido.
Aunque me pareció un chiste solo pensarlo, no pude por menos que preguntar cuánto costaba aquel artilugio. El vendedor sonrió, y, como ensayando una estudiada expresión de complicidad, me informó:
- 40 euros el pequeño y 55 el grande. Lleva un 10% de descuento ya incluido.
El hombre me estudió detenidamente, con cierta expresión de extrañeza en su mirada.
- Es curioso, no ha hecho usted la pregunta que hacen todos.- Se quedó callado, esperando posiblemente mi respuesta natural, pero mi silencio hizo el mismo efecto- No ha preguntado usted dónde van los que caen en el agujero.
Tenía razón. El propio desvarío de lo que me estaba pasando empezaba a nublarme el juicio. Se lo pregunté sin palabras, implorándole piedad- El esperaba. Finalmente habló:
- No se asuste usted. Parece asustado, no se asuste. Yo comprendo que para alguien que aún no conoce el producto…le pueda parecer todo de lo más extraño. Bueno, extraño es, desde luego. El problema con esto es que funciona solo el boca a boca. Con productos como este no se pueden hacer campañas de publicidad., digamos, normales, usted comprenderá.- Miró alrededor, como si alguien pudiera oírle, indebidamente. Pareció que se iba un poco del asunto, le insistí:
- Ya, pero…¿dónde van los que caen?
El me miró:
- Bueno, no se sabe. Es decir, no lo recuerdan cuando vuelven.
Todo empezaba a parecerme con cierta lógica dentro del absurdo. Concluí:
- Vale. Y ¿Por dónde aparecen?
El vendedor, al que le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, pareció recobrar la compostura. Era la pregunta que enderezaba todo de nuevo, era la pregunta que todos los compradores le hacían.
- En fin, todo eso no se lo puedo decir. No debo decírselo. Forma parte del juego. Como amigo, podría, como vendedor, no. Llévese uno, y pruébelo en su casa.
Quería dar por terminado el asunto. Además el tiempo se me echaba encima. Cogí un paquete de los agujeros más pequeños y, con un asentimiento como única señal, hice que me acompañara hasta el puesto de cobro, donde lo aboné en metálico.
El resto de la jornada hasta poder probar el dichoso agujero transcurrió como un intervalo nimio, un pasatiempo lento y pesadamente normal, a pesar de que en la comida se trataba un asunto importante, relacionado con mi futuro profesional.
Por fin, a eso de las cinco llegué a casa. Ni siquiera me quité los zapatos. Nerviosamente abrí la caja y separé cuidadosamente los dos únicos elementos que contenía: una tela negra plegada, que al abrirse cuadruplicaba su tamaño por efecto de la torsión que se obtenía gracias al borde metálico que la circundaba, y el manual que ya había visto, y que me senté detenidamente a leer.
Tras diez minutos de lectura pensé que estaba preparado. La lectura del folleto me había convencido. Coloqué con cuidado el liviano objeto en el medio del salón, y, sin pensarlo más, salté.

El ladrón de almas

Ahmed estaba contento. Su negocio iba cada vez mejor. Desde que volvió de Madrid sus ingresos no paraban de crecer. Que lejos había quedado la gran ciudad. Ahora en la plaza Jamaa el Fnà en su Marrakech, su Marrakech natal, había instalado su pequeño puesto. Su abuelo estaría orgullosos de el! Un rótulo le bastaba para que cada noche miles de paisanos se amotinaran a su alrededor. “Vendo almas” rezaba el cartel rojo iluminado instalado allí, en mitad de la oscuridad.
Esa noche la plaza hervía. Hacia buen tiempo y todos los moradores y turistas de la ciudad estaban allí. Unos paseando, otros hablando, otros mirando y alguno comprando. Allí se podía encontrar de todo: sueños, cuentos, músicas olvidadas, recetas mágicas, serpientes encantadas y desde hacía un mes almas. Almas traídas de la viaja Europa y que te hacían mas fácil la entrada al mas allá. Almas baratas, almas blancas, almas negras, almas para todos los gustos.
A media noche se acercó un turista curioso. Sin mirarle a la cara ojeó el álbum, pasó las hojas una a una observándolas divertido pero cuando llevaba unos minutos manoseándolo, levanto la mirada y con ojos inquisitorios le dijo:
-¿Combiem monsieur?
-Cincuenta dirhams señor
-Habla usted español
-Si señor, yo saber un poco
-Ya veo ya, y esto ¿que significa?
-Almas, señor, almas entrada paraíso, señor, pero no interesar, usted no creer almas
-Si, si me interesa…!no me lo puedo creer!
-Cincuenta dirhams señor…pero no…
-Pero nada! este soy yo!¿pero que coño hago yo aquí?
-¿Como dice señor? no comprendo
-¡Que este de aquí soy yo!
-Usted no, no usted no, alma, alma para paraíso
-Pero que ¡soy yo!
En ese momento Ahmed comprendió lo que estaba pasando. Entendía perfectamente el español y la situación. Era el, si podía ser que fuera una de sus victimas. Y ¿qué podía decir en ese momento? Ahmed se quedó callado, mirándole sin saber que decir ni que hacer. Comenzó a inquietarse, a sentirse incomodo, a sudar, a pasarse la mano por el pelo.
-Cincuenta dirhams señor
-¡No puedo creerlo! Estas vendiendo fotos, fotos de gente desconocida, fotos que has robado…pero…espera ¡ya esta! ¡Eres el ladrón del fotomatón! ¡Eres tu! ¡el del periódico!
-Cincuenta dirhams señor
Ahmed sudaba, retorcía sus manos, sus pensamientos se amontonaban en su cabeza, nunca había pensado que esto pudiera ocurrir. No, no lo había calculado, por lo menos estaba en su país. Nada podía pasarle. Comenzó a mirar a uno y otro lado. Vio a la policía al fondo de la plaza -tranquilo Ahmed, no puede pasar nada, no has hecho nada malo. Son solo unas fotos, eso no es un delito- Tragó saliva, se volvió a tocar el pelo y volvió a decir:
- 50 dirhams señor, salvación alma
- ¿Como? ¿Me estas diciendo que me quieres vender mi propia foto, que me has robado por 50 dirhams?
- La prisa mata señor, yo no tener prisa…45 dirhams, señor y no hablar mas.
En su cabeza comenzaron a pasar imágenes, imágenes del pasado, de sus comienzos como ladrón de almas.
Una tarde de vagar de un sitio a otro, pensando en los suyos, pensando en el abuelo y el alma, años oyendo esa canción: -no dejes que un turista te haga una fotografía, se llevará tu alma- parecía que le estaba oyendo- El alma, Ahmed, el alma, lo único que nos quedará en el paraíso, ¡consérvala siempre! - cuando de repente allí en la estación de Sol, apareció la maquina gigante que decía: “fotos en 5 minutos”. Alucinado, corrió la cortinilla, miró dentro, observó la silla móvil para acomodarse, el objetivo, la ranura que pedía euros, fotos y mas fotos, e impulsado, sin saber muy bien porqué, metió un par de monedas y esperó.
Zas! Un fogonazo deslumbró sus ojos. Esperó. No salía nada pero una voz le dijo:
- Sus fotos estarán en 3 minutos, por favor espere. Gracias
Salió inquieto sin saber que iba a encontrarse. Y por arte de magia allí apareció su cara repetida ocho veces. Las miró, se las acerco mas, se las llevo al corazón, volvió a mirarlas.
- ¡El alma, el alma, abuelo, abuelo, tengo mi alma!- y ¿ahora que hago? ¿Y si la pierdo? No, ¡no! ¡Por Alá!, ¡no! Se guardo las fotos nervioso en el bolsillo interior de su chaqueta y entonces se le ocurrió.
Almas, si almas, puede ser un buen negocio. Venderlas, en Marruecos, ¡si!, triunfaría la idea…muchas almas si…podría venderlas bien baratas…y ¿que pensaría el abuelo de esto? El se fue al paraíso solo con su alma pero si hubiera tenido la oportunidad se hubiera llevado otras para salvarlas también, ¡estaba seguro! ¡Que Alá le tenga en su gloria! Y entonces esperó delante de la gran maquina.
Su primera víctima le costó unos gritos y una carrera por las escaleras. Un chico alto, de aspecto cuidado se deslizó tras la cortina negra. Ahmed espero al lado, paciente, en tres minutos, allí estaba su alma perdida, sin dudarlo, la cogió y echo a correr. Tras él salio el chico que le había visto de refilón
- Eh! ¡Tú, dame eso! ¡Es mío! ¡Son mis fotos!
Fue inútil Ahmed era rápido
-¡Abuelo! ¡Ya tengo una!- fue lo primero que pensó la llegar arriba.
Y así dio comienzo su periplo de estación en estación, día tras día. Había días buenos, días malos, días en los que conseguía hasta veinte victimas y otros ninguna.
Tres meses después vio la noticia en un periódico “El ladrón del fotomatón”. Entonces, cuando además sus problemas con inmigración comenzaban a aumentar, decidió volver a Marruecos con su maleta repleta de almas. En Madrid dejó a Alí, su socio desde que le inició en el oficio. Este se encargaría de abastecer el negocio en el futuro.
--¡Eh, eh! ¡Oye! ¿Te has quedado atontado? Te estoy diciendo que soy yo, que se quien eres, y que me voy a llevar esto porque es mío
Ahmed reaccionó:
-Señor, perdón, estaba lejos! Cuarenta dirhams y tuyo
-No, no has entendido…nada
-Marroquí bueno, almas buena, marroquí negociar…treinta dirhams
-¿Pero que te has creído amigo? Es mío, voy a ..
-No enfadar Ahmed bueno, ¿veinte dirhams?
-Me la llevo ¡Me pertenece!
Sus dedos rompieron el plástico con rabia y salió corriendo con las fotos.
Ahmed que continuaba sudando y con el corazón acelerado sopesó la situación , ¡Maldito español! ¡Se lleva un alma para tirarla seguro!!No la quiere para nada!
-Ahmed ¡tu puedes salvarle! oía al abuelo decirle en su cabeza.
Entonces sin pensarlo más gritó:- ¡Me ha robado! ¡El español me ha robado! ¡Atrapadle!
En un minuto la plaza se le echo encima y cuando estaba reducido en el suelo Ahmed se acerco, y le dijo:
- Amigo, Ahmed bueno, voy a salvar tu alma por cincuenta dirhams. Toma el dinero y devuelve la foto.
Sin poder moverse y sin mas opción cedió y le dio el papel satinado, permaneciendo en el suelo mientras miles de ojos le observaban.
Ahmed la guardó junto a la suya y prometió llevársela a Alá el día que le llamara .La había comparado por cincuenta dirhams. Estaba perdonado.

¡Vendo almas, vendo almas! se volvió a escuchar después de media hora en la plaza Jamaa el Fná.

domingo, 30 de enero de 2011

Una historia de amor (sin sexo ni amor)

- No voy a escribir mas historias de amor.

Eva me mira desde el otro lado de la mesa.

-Pero este concurso está muy bien.

En el fondo se que lo hace por mi bien. Quiere que yo gane algún concurso, que se publique un libro con mi foto en la solapa, que tenga una caja en un periódico local.

- Me he dado cuenta de que prefiero no escribir historias de amor.

- Tú siempre te has tomado esto como un trabajo. Te sientas, escribes durante dos horas y sigues trabajando tus historias hasta que están bien. Así puedes escribir sobre cualquier cosa.

Enciende un cigarrillo con una cerilla que tira distraida a algún sitio.

- Escribir historias de amor despierta muchos fantasmas y no me apetece volver a pasar por eso.

- Bueno, pues bien. Alguna gente dice que las musas no les hablan. Tú en lugar de musas tienes fantasmas ¿que mas da quien te inspire?. Además, yo pensaba que tu inspiración era el trabajo.

- Si, pero el trabajo es un aquelarre para atraer la inspiración, y hablando de amor, la mía viene con fantasmas. El problema es que cuando el trabajo a acabado, los fantasmas se quedan una temporada. Te voy a contar algo. Escribir sobre cualquier cosa es fácil, solo hay que mirar al entorno, leer un periódico o un libro de anatomía. Pero el amor va por dentro. No se puede escribir sobre amor si no lo has vivido.

- Bueno, no te pongas así, - me dice cogiéndome la mano - te invito a una copa. Quiero presentarte a alguien.

Vale, al menos voy a sacar un par de copas gratis, aunque tenga que conocer a alguno de los amigos de mi futura editora. Busca en su enorme bolso y saca un teléfono. Marca un número y espera.

- ¿Dudu? ¿sigues en la oficina? Pues mira, voy a estar en "el oratorio" con “ya-sabes-quien”, por si te quieres pasar.

"El oratorio" es uno de los lugares mas sórdidos de la ciudad. No creo que yo mismo fuese capaz de entrar allí sin compañía. Bueno, veremos que me tiene preparado.


Pido un gin tonic sin dar marcas, aqui las etiquetas no valen de nada, ni si quiera espero que me pongan una raja de limón. Eva pide un cubalibre. Charlamos de intranscendencias mientras contribuimos a la cantidad de humo en el local, ella fumando cigarrillos compulsivamente y yo con un puro corriente que compro en cajas. Odio fumar a partir de las ocho de la tarde, pero no me gusta estar con alguien que hecha humo mientras que yo me limito a respirar lo que me pongan. Veo que hace un gesto hacia la puerta, y me giro a mirar. Veo a un tipo alto, joven, gordo, soltando una gran risotada, y empiezo a rezar para que ese no sea Dudu. Detrás de él aparece una mujer menuda abriéndose paso entre la gente para tratar de llegar hasta nosotros. No se en que momento se ha llenado el local.

- Dudu, te presento a tu “ya-sabes-quien”.

Nos damos los dos besos de rigor para a continuación ignorarme tratando de ganar la atención del camarero para que sirva un destornillador con zumo y no con refresco. Una vez conseguido su objetivo se disculpa y se integra en la charla, encendiendo un cigarrillo.

- Así que tu eres el que ha escrito todos esos cuentos.

Si señora soy yo, y ahora mismo sabes mas de mi que yo de ti, y esas cosas siempre me han incomodado.

- Pero dice que ya no quiere escribir mas historias de amor. Dice que le sientan mal.

- Y muy bien que haces, si con eso no te sientes a gusto, busca otros temas.

Dice esto mientras se coloca el pelo detrás de la oreja usando el pulgar. Los dedos índice y corazón los necesita para sujetar el cigarrillo. Tiene una melena un poco por encima de los hombros, lisa y muy negra. Una luz blanca de un foco hace que tenga reflejos violáceos. Hablamos sobre la creatividad y sobre la dificultad de combatir una batalla a espada. Nos pedimos otra copa y hacia la mitad me doy cuenta de que Eva se ha marchado a la francesa. Seguimos charlando sobre la literatura en el cine hasta que vaciamos los vasos. El local se ha llenado aún mas y ahora estamos hablando casi nariz con nariz. Eso también ayuda a que nos oigamos, ya que la música está muy alta. Me mira a los ojos y me propone ir a otro sitio. Me fijo que los suyos son castaños, de un color muy común, pero con un brillo de vida que podría matar a un vampiro. Salimos de ese sitio y me dice que vayamos a un bar que ella conoce y que a esas horas no debe tener mucha gente. Empezamos a andar y pasa su mano por debajo de mi brazo. En el silencio de las calles puedo oir el eco de sus tacones. Con los zapatos puestos es mas o menos como yo de alta.


Llegamos al otro bar y veo que llevaba razón en lo de la cantidad de gente. Saluda al camarero por su nombre y me pregunta que si el gimlet me gusta con vodka o con ginebra. La digo que con ginebra, aunque ella lo prefiere con vodka.

Después del primer trago, la pregunto porque la llaman Dudu.

- No quieras saberlo todo, cowboy.

Nos acabamos las bebidas en dos minutos, o puede que fuesen dos horas.

- Me voy para casa, tengo que cojer un avión en 5 horas y necesito lavarme el pelo.

Vale, que le vamos a hacer, todo el mundo sabe lo que significa esa excusa. Es una lástima, porque empezaba a gustarme.

- El viernes estoy por aquí, así que si te apetece podemos tomarnos unas copas, o cenar en algún sitio.

Sonrío y asiento. Como despedida me da dos besos justo en la comisura de los labios y la veo marcharse con el sonido de sus tacones resonando en mi corazón.

- Marinero.

Me vuelvo, es ella desde la distancia.

- Me llaman Dudu por que mi madre me bautizó Eduarda, pero si se lo dices a alguien tendré que matarte, y no serás el primero.

Llego a casa y enciendo el ordenador.

"La conocí en el bar mas sórdido de la ciudad".

El personaje invisible (Luis y Mariano)

Después del ejercicio de Eva en el que modificaba el juego del amigo invisible para que en lugar de regalos, enviasemos mails escritos por personajes, aquí os dejo el mail que yo envié como personaje y la respuesta que recibí de mi "víctima", que fué Mariano. La verdad, no se quien es mas personaje. Disfrutad con la respuesta.

Señor;
Le observo desde la distancia cada dos días cada semana. Me llamo Ulises Plutón
y soy un personaje en busca de autor. Aunque ya elegí uno en su momento,
nunca está de mas tener a un segundo escritor por lo que pueda pasar, y
usted, caballero, parece que tiene buen olfato para dirigir una historia.
Además, debemos tener aproximadamente la misma edad, solo espero que usted
haya viajado tanto como yo, y si no, da igual, por que nunca he creido que
un buen escritor necesite salir de su despacho para vivir algo.
Tambien espero que no haya pasado tan mala vida como la que yo he pasado,
aunque le aseguro que no cambiaria ni un solo minuto de todo lo que he
pasado por tener una vida mejor y mas comoda. He de decir que la mayoria de
los malos momentos que he tenido los he buscado yo mismo.
No me pregunte por mi profesión. Como dijo un amigo, si tengo dos manos,
dos piernas y una cabeza ¿para que elegir?, aunque si quiere saber mas, debo decir que estudié contabilidad, y que mi primer trabajo fue de marinero en un buque mercante.
Tiene usted que saber que siempre he sido el primero en
pegar, y siempre lo he hecho duro. Nunca he dejado a un amigo abandonado,
jamás se me ha pasado un buen negocio y solo he apretado el gatillo cuando ha sido necesario. Mi educación me ha exigido que
intente acostarme con todas las mujeres que he conocido, sobre todo para
evitar que ninguna se sienta mas fea que las demás. Aunque si hay algo de lo que me arrepiento es precisamente de esto mismo.
Y este, caballero, soy yo.

Ulises Plutón.


Respuesta de Mariano.


BUENOS DIAS ULISES

Segun pasaba el tiempo y nadie me escribia me recordaba la novela de Garcia Marquez " Al del taller no tiene quien le escriba". Lo que nunca pense que se
hiciera desde Grecia. Coincidimos en el amor hacia la mar. Te voy a contar una historia. Cuando comencé a trabajar, me encontre en el Taller de la empresa una

bicicleta acuatica, me contaron su historia. La llevaron al Lago de la Casa Campo cuando se pusieron a dar pedales se hundió,claro era de hierro. Esto me dio

Malaspina " Que gran Navegante y Persona " . Como dicen que los marineros son muy supersticiosos, deje pasar este oficio.

En cuanto a lo que me cuentas, que siempre has sido el primero en pegar. Te dire que yo en cambio, he tenido que correr para que no me pegaran.

Con respecto a las mujeres tengo que descubrirme, me ha causado cierta intranquilidad que te recito en este verso

Vivo sin vivir en mi
que locura que frenesi
que pecado cometi
que no pude ser asi

Aunque creo que se podria arreglar Ulises. Me podias enviar un curso de Pesas y posturas, los muebles a levantar los pongo yo. Este verano voy a la Playa al Norte y me gustaria lucir biceps. Vosotros ireis a la Playa con el Disco para seducir a las jovenes. Nosotros somos mas sencillos y no llamamos tanto la atencion , y llevamos boina, es mas de la tierra..
Tengo que despedirme, no se si habré contestado Ulises a tu agradable escrito, se despide atentamente un futuro Atleta

P.D. No se te olvide de enviarme el Curso

sábado, 29 de enero de 2011

La tienda de besos

Llevaba unas semanas intentándolo, y para ser sincero, sin mucho éxito. Llevaba tres meses sin trabajar y mi economía empezaba a tambalearse. Así que había decidido ponerme a buscar trabajo incesantemente. Cada mañana me conectaba a la red y dedicaba unas cuantas horas a rastrear todas las secciones sin importarme mucho de lo que se tratara. El objetivo era encontrar un empleo que me permitiera sobrevivir, fuera lo que fuera. Había enviado ya, no sé quizá unos cien curriculums, sin ningún éxito, claro. Y en esas estaba yo una mañana con el café humeando y un cigarro en la boca cuando apareció ante mi el anuncio: “Se busca vendedor con experiencia para tienda de besos”. Me sorprendió, se clavó delante de mí como si me estuviera buscando y sin dudarlo, y sin saber muy bien de qué se trataba respondí inmediatamente: “yo soy la persona que estáis buscando”.
A los dos días me respondieron diciéndome que me presentara para hacer una entrevista, ¡una entrevista! Por fin alguien me había respondido. Allí me presente con mis mejores galas preparadas para la ocasión, ya se sabe, traje planchado, corbata y colonia de domingo. Al llegar a la calle que me habían indicado me encontré con el rótulo: “Entra y llévate el beso que quieras”. Me quedé paralizado, mirando aquella luz roja que parpadeaba sin parar. No sabía qué hacer, necesitaba el trabajo pero… ¿Qué significaba eso de llévate el beso que buscas? ¿Acaso tenia que pasar las horas baboseando a unos y a otros? No, no podía ser. Debía estar equivocado. Sería para otra cosa. Respiré hondo, traté de tranquilizarme y empujé la puerta.
- Buenos días- dije titubeando- ¿es aquí donde buscan un vendedor?
- Si si, pasa es aquí, encantada soy Mirian, en un momento viene el jefe, siéntate por favor.
Comencé a observar el local .Todo era rojo muy rojo, lleno de cajones hasta el techo, todos rojos, con dibujos de labios de todo tipo, por supuesto, rojos también. Los había finos, gruesos, carnosos, suaves, abiertos, cerrados, sensuales. No podía comprender que era todo aquello.
Al cabo de un rato, cuando ya me estaba familiarizando con el ambiente, apareció un hombre serio, alto y me llamó por mi nombre:
- Buenos días, usted debe ser Pablo, ¿verdad?
- Si,si, soy yo, dije nervioso.
- Venga conmigo por favor, acompáñeme.
La entrevista duró diez minutos, y durante ésta no entendí nada. Se limitó ha hacerme preguntas personales, que si me gustaba vender, que cuánto tiempo me había dedicado a la venta al público, que ha qué dedicaba mi tiempo libre, que si tenía pareja… y a decirme que tenia prisa, mucha prisa.
Salí como había entrado, sin saber nada, lo único que me quedó claro es que tenía que ser amable y sonreír a los clientes y sobretodo darles lo que pedían: el beso que buscaban. Y vender, vender mucho.
Al cruzar la puerta me dije: ufff..., demasiado extraño, no sé ni qué tengo que vender…descartado. A seguir buscando. Pero a la media hora sonó el teléfono diciéndome que el puesto era mío que en tres días tenía que incorporarme, y sin saber por qué dije que sí, que aceptaba, que estaba encantado. Y allí estaba yo, con un nuevo empleo del que no entendía nada, y con mi traje ridículo en mitad de la Gran Vía.
Estuve las dos noches anteriores sin pegar ojo, imaginándome como mis labios podían dar aquellos besos que los clientes pedían: morbosos, dulces, deseosos, calientes, sólo de pensarlo me ponía malo. No podré, no podré hacerlo. Me imaginaba a un hombre entradito en años pidiéndome:
- Guapo, quería uno ardiente y largo, ¡ah, y con lengua!
Sudaba, no podía cerrar los ojos. Las más absurdas situaciones me venían a la cabeza. Pero, ¿quién podía entrar a una tienda a comprar besos?¿ Eso no se regalaba? Pero, ¿cómo había acertado yo aquella locura?
- Bueno- me dije -, iré el primer día y no volveré.
Y llegó la tarde del lunes y allí me planté delante del rótulo rojo de nuevo. Me temblaban las manos y de repente mi boca se secó. Tiré de la puerta y la atmósfera me envolvió. Al verme entrar Mirian rápidamente abandonó el mostrador y me dijo:
- Hasta mañana, ¡que vendas mucho en tu primer día! ¡Adiós!
Me quedé solo en el local, lleno de aquellos labios que parecían interrogarme. Comencé a mirar hacia todos los lados, labios, labios y más labios. Me acerqué al primer cajón deseando ver que contenía. Y de repente, la puerta se abrió.
Primer cliente, y ni siquiera me había dado tiempo a ver las instrucciones que suponía, guardaban los cajones. Era una chica de unos treinta años, mona y con una sonrisa dulce, muy dulce.
- Buenas tardes
- Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle? Dije intentando disimular mi voz temblorosa.
- Buscaba un beso sorprendente, diferente, impresionante, que trasmita todas esas cosas que no se pueden decir con palabras.
Me quedé mirándola, parado, sin saber qué hacer. En mi cabeza se agolpaban los pensamientos, las sensaciones, nunca me habían pedido con aquel descaro y esa mirada de niña buena un beso así, bueno, ni así, ni de ninguna otra manera.
Respiré hondo, hice acopio del poco valor que tengo y salí del mostrador. Me acerqué lentamente. Ella me miraba sin pestañear. Acerqué mi boca seca y espesa a sus labios cálidos. Con la mayor delicadeza que encontré en la tormenta que había en mi cabeza deslicé mis labios sobre los suyos. Despacio, sentí el calor que trasmitían, su dulzura, su suavidad que rozaba contra mi boca ajada. Mi cabeza se olvidó de todo. Acompañando a mis torpes labios estaba mi mano sudorosa, tocando su mejilla. Fue un segundo, pero su olor a almizcle me embargó. Ella se apartó, me miro espantada, dudó, echó un paso hacia atrás, estiró su mano con fuerza y la estrechó contra mi cara. No podía creerlo, me ardía la mejilla y no entendía absolutamente nada, ¿tan mal lo había hecho?
- Descarado- fue todo lo que salió de su boca.
Yo debía parecer un imbécil, allí plantado, sin saber qué hacer, desconcertado, con la resaca calurosa que deja un tortazo oliendo todavía su perfume, y sin saber qué decir.
- Y ahora, si no te importa me das mi beso.
Cada vez estaba más confundido. ¿No le había sorprendido lo suficiente? ¿No había sido impresionante? Me temía que no. Pero ¿si no era eso? ¿Cómo iba yo a venderle otro beso? ¿Cómo se hacía eso?
Vi como recorría con su mirada todos los cajones de la tienda.
-Ése- me dijo-. Ése de ahí.
- Chico, estas aquí, te estoy pidiendo ése, el de ahí arriba, a la derecha.
Mis ojos siguieron a los suyos y, aunque mi mente estaba bloqueada, entendí que quería algo que estaba en ese cajón.
Avancé como pude, sin mirarla ni un segundo y esquivando la sonrisa que se escapaba de sus labios, me subí en la escalera de madera y tiré sin pensar de la manilla del cajón rojo.
No podía creerlo, aquello era lo que vendía, y yo comiéndome la cabeza y fantaseando para vender eso, simples y horteras tarjetas con labios pintados. Bajé lentamente aplastado por mi torpeza, por mi ignorancia, por mis tres días de incertidumbre, y por lo que acababa de hacer. ¿Cómo no se me había ocurrido preguntar? ¿Como no había mirado? Vender besos, me sonaba tan romántico y descabellado a la vez…
Deposité en el mostrador, cerca de sus manos, sin levantar los ojos, la tarjeta. Ella la abrió y sonó un sonoro beso.
- Muy bien, gracias, esto es lo que buscaba.
Le cobré cinco euros, eso sí lo sabía bien, el precio, cinco euros un beso y nueve si eran dos, y se marchó sin decir adiós.Su olor perduró en el ambiente y en mi mejilla durante toda la tarde, mientras yo continué perdido en el local emborrachándome de aquellos ridículos labios.
Esa tarde vinieron dos clientes más. Esta vez ya había aprendido la lección. Fui buscando la estupidez que me pedían, labios dibujados…con sonido…incluso algunos desprendían un olor a lavanda. Que simples somos, regalando besos de papel, y yo, qué soñador…aún recordaba la sensación que me produjo unas horas antes aquella chica al pedirme su beso, y sus carnosos labios…aun podía verlos entre los cajones rojos.
Había pasado casi un mes, había vendido ya los besos mas variopintos: sexys, tristes, amorosos, de venganza, de pasión, y día tras día me fui familiarizando con aquellas absurdas ilusiones que la gente compraba. Aún no entendía el por qué, pero ya, ni me lo planteaba. Sólo quería hacer caja para que mi jefe, que aparecía de ciento en viento, me felicitara por mis ventas.
Una tarde estaba repasando mentalmente cuál era el beso más vendido, cuál tenía más éxito; y andaba yo vagando de cajón en cajón cuando el aroma a almizcle de nuevo me paralizó. Había entrado, estaba allí, era ella. No recordaba bien su cara, pero si su inconfundible olor y su mano que estuvo en mi cabeza durante una semana.
- Buenas tardes
- Buenas tardes- dije yo impregnándome de su aroma.
- Vengo buscando un beso verdadero.
Le miré a los ojos y después me fui a los cajones, observándolos uno a uno,- esta vez no me pillas- pensé. Acerqué mi mano a uno de los clásicos: gruesos, rojos y carnosos.
- Este no me sirve, quiero uno verdadero.
Traje otro mas fino, más sensual, entreabierto.
- He dicho verdadero
Empecé a ponerme nervioso. No entendía por qué esa chiquilla de dulce sonrisa me ponía así. Busqué durante un minuto y volví con otro que parecía estar diciendo frases de amor.
- No, éste no.
Me di la vuelta, ya me estaba cansando el jueguecito, volví con otro sin mucho significado y cuando me giré para dárselo, estaba frente a mí, y sin mediar palabra me besó. Su olor volvió a atraparme y volví a sentir la humedad y suavidad de su boca, duró un instante, se apartó y me dijo sonriendo:
- Gracias es lo que buscaba. Un beso verdadero.
Y sin decir más, se marchó.

viernes, 28 de enero de 2011

Solo una fantasia

- La verdad es que me gustas mucho. Desde siempre. Bueno, desde siempre no, al principio me parecias un desastre, con ese pelo mal teñido y ese horrible corte. Pero despues me fije en ti, en tu cerebro, en como piensas, y eso me gusta, y ahora, ademas, has cambiado y eres una de las mujeres mas guapas que he conocido nunca.
Dije mientras encendía un cigarrillo. Necesité tres intentos para conseguir que la llama saliese del mechero de gas.
- No me digas eso. Tú sabes que no puedo tener nada contigo - me dijo colocándose el flequillo detrás de la oreja.
- La verdad es que no entiendo porqué. Has estado con tíos peores que yo solo por no estar sola - dije con un gran suspiro.
- Me conoces bien. Ya deberias saber que soy de esas mujeres que hacen mas daño cuando aman que cuando rechazan. Es mejor que sigamos siendo amigos, o lo que seamos.
Estaba intentado ser condescendiente conmigo. Cogió el cigarrillo de mis labios, dio una calada y lo volvió a colocar donde estaba.
- ¿Quien habla aqui de amor? Yo te hablo de compañia. Lo que te ofrezco no tiene nada que ver con el amor. Tiene que ver con tener alguien con quien emborracharse los viernes. Tiene que ver con tener compañía los sabados por la noche. Con un polvo a la semana, si es que se me levanta. Tiene que ver con no estar solo. Y después, si se cruza alguien en tu camino, pues te vas con él, pero mientras tanto, viviré la fantasía de que me amas.
- No cowboy. El amor, aunque sea una fantasia, tambien es amor.
Volvió a quitarme el cigarrillo de la boca, aunque esta vez no fue para fumar, si no para besarme.

Tú serás la única ( Parte V )

Una vez en Atocha, Julián se fue directo a una tienda de ropa en la misma estación, en la parte de abajo, una de esas con un nombre como Fashion algo, Top algo, ó Model algo (tal vez se llamara Fashion Top Model, o tal vez Model Fashion Top, quién sabe ), donde compró la ropa que cambiaría por la sotana que llevaba puesta: unos pantalones grises de aire setentero, de un tipo de tela indefinido, que marcaba diminutos canalillos en el tejido y que le daba un empaque de prenda duradera, pero que con casi total seguridad le quedarían grandes( no se probó nada de lo que compró), una camisa de franela de cuadros verdes y azules de leñador que parecía de segunda mano, con una etiqueta que alguien había dispuesto colocar allí, pero en ningún caso el fabricante, ya que colgaba penosamente de una trabilla de la cintura con una goma común de esas que venden en los estancos, y un jersey de cuello de pico azul marino, mas bien grueso, confeccionado como pensando en largas caminatas campestres, para un monitor de boy scouts o algo así, ya que el diseño del escudo en la parte izquierda del pecho y la textura de la tela hacía pensar, lejana pero firmemente, en agrupaciones de montaña entonando canciones nocturnas a la luz de una hoguera comunal.
La chica que le atendió, doblemente extrañada por el hecho de que un cura visitara su tienda, vestido de cura además, y de que en realidad no pareciera serlo, por mucho que fuera vestido así, pensaba también que el jersey no combinaba ni con la camisa ni con el pantalón, aunque tampoco estos últimos entre ellos, aunque no se lo dijo. Era amable, grácil, y con ese aire atractivo que tiene toda persona que se siente satisfecha consigo misma o muy segura de sí, una joven muchacha italiana a la que le costaba pronunciar la erre, y que la arrastraba de tal modo encantador (de hecho la convertía en una o gutural y dulce) que dabas ganas de quedarse allí a escucharla decir: proooobadorooooo, prooorobadoroooo todo el rato, cosa que Julián no solo no hizo sino que ni siquiera pensó hacer, ya que, en su mente, toda imperfección perdía, por el hecho mismo de serlo, toda posibilidad de tener algún efecto agradable.
En lugar de eso pagó puntualmente, salió del comercio y se dirigió a los siempre concurridos baños de la estación (que él ya conocía de antes por otras causas, secretas para todos), para cambiarse. Ya vestido de seglar salió a la superficie, en busca de un contenedor donde arrojar la bolsa de la tienda, con la sotana dentro, y el libro de Blas de Otero, que había dejado de tener importancia para él.
Regresó a la estación. La parsimonia y solidez de sus movimientos indicaba que seguía los dictados de una resolución interior bien definida, irrevocable. Había cambiado de idea sobre ese tren que solo unas horas antes había pensado coger. Basta de huidas, se había dicho, basta de trenes que no llegaban nunca a ninguna parte. El único que merecía la pena coger tenía nombre de mujer: Sonia.
No era el momento ahora de ponerse a pensar cuando y cómo se las iba a ingeniar para poder verla, pero tenía claro que era lo único que le interesaba. Después ya se vería.
Se sentó en la mesa de una cafetería y tardó casi una hora en redactar la carta donde iba a explicar (aún no sabía a quién), los motivos de todo lo ocurrido. Al terminar se acordó de un amigo de Carmelo, de quien solía hablarle a menudo; un antiguo compañero de Seminario, que seguía allí en labores más bien burocráticas. No le costó recordar su nombre: era el mismo de su primer padrastro, Javier Collada.
Desde el primer teléfono público que encontró llamó al seminario y preguntó por Javier. Le constaba que le conocía, que Carmelo le había hablado de él. Le dijeron que había salido, pero que volvería a eso de las ocho. Cuando colgó supo que no podía esperar más.
Cerca de la plaza de Atocha entró en un estanco y compró material de papelería, unos sellos, un bolígrafo (con el que había escrito la carta se lo había prestado la camarera de la cafetería), y, sin más por hacer en la calle, buscó una habitación en un hostal de la zona.
Una vez en ella (en el primer lugar donde lo intentó, una entera primera planta frente al Reina Sofía), metió los dos folios de la confesión en un sobre tamaño cuartilla, lo cerró, le plantó tantos sellos como para poder recibirse en cualquier país de la Unión Europea, y añadió a la dirección que se sabía de memoria la anotación “Para Javier Collado”. No puso remite.
Luego bajó a cenar al sitio más cercano, una cervecería de ambiente juvenil, donde liquidó en menos de un cuarto de hora un endeble plato combinado (dos huevos fritos diminutos, dos salchichas posiblemente recalentadas, ensalada), pagó dejando una escuálida propina y, fumándose un cigarro, el primero desde el crimen, regresó al hostal.

miércoles, 26 de enero de 2011

Recuerdos Olvidados

Las risas infantiles rasgaron el silencio de la hora de la siesta.
Fátima hizo a un lado la cesta de la costura. La rosa que estaba bordando en uno de los pañuelos de la señora podía esperar. Se pasó la mano por el sudoroso cuello y se ahuecó el pelo. Un leve frescor acarició su nuca. Aquella era una de las peores tardes de lo que llevaban de verano. Aun así, ella no renunciaba a estar en el patio a cambio de buscar la frialdad de las estancias más recónditas. Sabía que la mayoría de los criados pensaban que no estaba bien de la cabeza, que no era normal soportar aquellos calores sin ninguna necesidad, sin embargo, no iba a ser ella la que les explicara lo que sentía al poder estar en aquel lugar. No quería correr el riesgo de que su refugio fuera invadido por otra presencia que no fuera la de los niños.
Precisamente, en aquel momento, apareció su hija.
—Aisha, no corras —le avisó mientras la niña se escondía detrás de una de las columnas del patio.
—No le digas que estoy aquí —susurró estrechando sus brazos a lo largo de su cuerpo para hacerse menos visible.
Fátima se rió ante su inocencia.
—No va a hacer falta que yo hable, se te ve el vestido a la perfección.
La niña dio un pequeño chillido, salió de su escondite y se abalanzó hacia la estancia siguiente. La vio desaparecer a un lado del arco antes de que su perseguidor apareciera corriendo por el lado contrario.
—¿Dónde está?
La mujer se encogió de hombros con una sonrisa.
—No puedo decírselo. Ya sabe el señorito que forma parte de las normas.
—Vale —se conformó enfurruñado—. ¡Aisha, te encontraré! —gritó al aire, sin obtener respuesta alguna.
Salió corriendo y atravesó la puerta equivocada. Pronto regresaría, el Palacio de los Páez de Castillejo no era demasiado grande y el niño Rodrigo sabía que su compañera de juegos no tenía muchas opciones; las cocinas y las habitaciones de los criados eran su único refugio.
Fátima se giró y volvió a coger la tela dispuesta a continuar con su quehacer, pero antes de que le diera tiempo a dar una sola puntada, sintió su mirada. Desde el otro lado del arco, su hija la observaba con los ojos muy abiertos mientras sus regordetes dedos recorrían las figuras geométricas que decoraban la pared. La mujer sintió una punzada en su interior, sin embargo, hizo un esfuerzo para no pensar en ello.
—Te va a ver —le advirtió.
—Cuando vuelva, me escondo de nuevo. ¿Qué haces?
—¿No lo ves? Coser.
Rodrigo apareció como una exhalación. Aisha apenas tuvo tiempo de volver a ocultarse.
—¿Con quién hablabas? —Sin esperar respuesta, el muchacho comenzó a recorrer la galería del patio con mucha cautela—. Está aquí, lo se —farfulló para sí mismo.
El chico se acercó hasta el arco tras el que se ocultaba Aisha y atravesó el hueco de repente. Se oyeron gritos de triunfo y risas de entusiasmo. Después, se hizo el silencio.
Y, ante la seguridad de lo que estaba sucediendo detrás de aquella puerta, Fátima no pudo evitar volar hasta su niñez y sentir como unos labios, ya casi olvidados, rozaban los suyos trasportándola a otra realidad nunca alcanzada.

martes, 25 de enero de 2011

Tu serás la única (Parte IV)

Cuando salieron de la iglesia, Gregorio Rojas le dijo al agente Rascón que se fuese a casa. Mañana se verian en comisaria. Él, por su parte, detuvo un taxi. "Al seminario mayor" dijo.
El gran edificio de ladrillo le parecía aun mas imponente que cuando estudiaba en él, hace ya treinta años. Dio sus datos a la persona encargada de la puerta. Caminó por largos pasillos y atravesó salas. Solo una vez se había perdido en aquel gran laberinto. Se detuvo delante de una mesa.
- Quiero ver a Javier Collada - dijo a un joven seminarista que estaba allí sentado escribiendo en un ordenador.
- El padre Collada no está ahora mismo.
- Dile que Gregorio Rojas ha venido a verle.
El despacho de Javier Collada era pequeño. Tenia una mesa, y una estantería llena de libros. Tres sillas. Una cruz y un cuadro de la Virgen del Carmen era toda la decoración. El padre Collada y Gregorio se dieron un abrazo con mucho palmeo de espaldas y dos besos. Después de los tradicionales "como estas" de cortesía, se sentaron a hablar.
- ¿Has oído lo del cura muerto en su iglesia? me ha tocado.
- Claro que lo he oído, pero no puedo ayudarte esta vez.
- Hombre pater, no me creo que no me puedas ayudar. Seguro que sabes algo, y sobre todo tú que eres...
- Gregorio - interrumpió el cura - no lo entiendes. Las cosas han cambiado por aquí. Oye ¿Te acuerdas del Pato? Está aquí. Le han retirado del pueblo donde estaba. Le voy a llamar y nos tomamos un café los tres.
Gregorio quiso torcer el gesto, pero nunca pudo enfadarse con el padre Collada. Charlaron con la puerta del despacho abierta hasta que el padre Francisco Campos, el Pato, apareció. Nuevos saludos y una oferta de tomar algo. El padre Collada dijo que debía acabar una cosa que tenía entre manos y en seguida se uniría a ellos donde siempre.
El Pato y Gregorio iban por la segunda caña de cerveza cuando apareció el secretario de Javier Collada.
- Señor, el padre Collada dice que se ha olvidado esto en su despacho. También dice que no va a poder venir - dijo mostrando un sobre.
- Gracias, hermoso ¿quieres una caña?
El joven declinó la oferta y se marchó. Gregorio se guardó el sobre en el bolsillo de su chaqueta. Tres cervezas después se despidió de su amigo. Sacó el sobre de su bolsillo y lo abrió. Dentro encontró un par de folios. "Perdona el numerito, pero ahora estoy muy vigilado. El dossier creo que te puede interesar. Un abrazo" Decía un papel amarillo fluorescente pegado en el primero de ellos.

No es una historia de amor

Me coloqué dos cigarros en los labios y los encendí a la vez. Puse uno en los labios de Begoña. Estaba manchado de sangre. No la importó, al fin y al cabo era mia. Aún seguia medio desnuda y se cubria las tetas con el brazo izquierdo. Su respiración seguia siendo agitada. Hacia ya cinco minutos que vimos salir corriendo al tipo que me habia partido la ceja izquierda y el labio, y que tambien se habia dejado tres dientes en el suelo del salón del piso que Begoña y yo compartiamos desde hacia tres meses.
Mientras fumábamos intentaba detener la hemorragia de mi cara con una camiseta suya. Estabamos en silencio sentados en el sofá. Cuando aplasté la colilla en el cenicero la dije que se fuese a dormir un rato, ya me las apañaba yo con todo.
Cuando se levantó cuatro horas mas tarde la casa estaba recogida, los desperfectos arreglados y las heridas curadas. Me habia puesto una tirita en la ceja, que ya no sangraba y tenia metida la mano en una bolsa de guisantes conjelados para evitar la hinchazón de los nudillos. Se sentó a mi lado y me miró fijamente. Iba vestida con una camiseta blanca y unas bragas a juego.
- Vaya lio ¿eh?
- Pues si. ¿Me cuentas quien es el tío con el que me he partido la cara hoy? - la dije con cierto esfuerzo por culpa del labio.
- Es un poco largo.
- No se me ocurre nada mejor que hacer en una tarde de domingo.
- Pues nada. A este tío le conocí ayer por internet y me fui a tomar una copa con él. Parecia un tio de lo mas normal. Y nos enrrollamos. Y esta mañana le he pillado quitandose el condon mientras follabamos, cuando creia que no me iba a dar cuenta. Le he dicho que ni de coña, pero se ha puesto pesado. Y así es como hemos empezado a discutir, hasta que te has metido tú. Gracias, por cierto.
Mantuvo la cabeza agachada todo el tiempo que duró aquella explicación.
- Bueno, la próxima vez, elije mejor.
- Este parecia un tio normal.
- Si, todos lo parecemos.
- Y era majo.
- Si, todos lo somos. Hasta que dejamos de serlo.
Cojió el paquete de tabaco que estaba sobre la mesa de centro, delante del sofá, se encendió un cigarro y me ofreció otro.
- ¿Sabes que me has gustado desde siempre?
- Si. Y tu a mi. Esto ya lo hemos hablado.
- Ya, pero algo ha cambiado. Siempre te he dicho que te preferia como amigo por que eres demasiado ordenado. Mira que limpia tienes la casa, y tu ropa. Tu forma de vestir. Te falta un punto caotico como para ser de mi gusto.
- Bueno - dije riendome - ahora tengo un labio partido y una tirita en la ceja.
- Si, pues eso. Ese es el punto salvaje que te faltaba. No imaginaba que pudieses romperle tres dientes a un tío de un puñetazo. No se. He visto en tí algo que no conocia. Y me ha gustado.
La miré sin decir nada. Puse mi mano en su mejilla a la altura de la mandibula. Ella me miró sin decir nada. La di el beso mas doloroso que he dado en toda mi vida. Estuvimos en el sofá durante los siguientes quince minutos. Despues fuimos a mi habitación. Hicimos el amor durante toda la tarde y gran parte de la noche.
A las seís y media de la mañana salí de casa hacia la oficina. Habia dormido casi media hora. Asombrosamente, no tenía sueño. Me sentía lleno de vitalidad.
A las cinco de la tarde volví a casa y ella seguia en la cama. Me desnudé y me tumbé a su lado. En ese momento, entre el calor de su cuerpo y la suavidad de su piel contra la mia, no podía imaginar un lugar mejor en el mundo. Me despertó a las siete con un cigarro en la mano. Esta vez solo llevaba puesta la camiseta. Fumamos y volvimos a follar. Cuando acabamos nos fuimos a buscar unas cervezas.
A partir de ese día todo se volvió rutina. Iba a la oficina con un par de horas de sueño. Volvia a casa. Dormia otras dos horas. Follabamos. Nos inventabamos alguna fiesta. Seguimos manteniendo las largas charlas nocturnas que siempre habiamos tenido, solo que ahora las haciamos desnudos y debajo de las sabanas.
Así pasamos tres semanas. Las cicatrices de la pelea empezaban a desaparecer. Yo dejé de plancharme las camisas. Ella dejó de fumar marihuana.
Una noche estabamos cenando.
- ¿Te acuerdas de Marife? - me dijo - tiene un piso en alquiler, y es barato. Muy cerca de aquí.
- Bueno. Si se de alguien que lo pueda necesitar, lo tendré en cuenta.
- Es que verás - dijo dejando los cubiertos apollados en el plato - No puedo vivir con el tio con el que estoy liada, o bueno, no puedo estar liada con el tio con el que vivo. Es que no lo tengo claro y me agobio. Así que o lo dejamos o te vas.
Ella habia llegado primero al piso. Cuatro días después encontré otro piso. Recogí mis cosas y me marché. Antes de cerrar la puerta puse mi mano en su mejilla, a la altura de la mandibula y la besé. Esa fué la última vez que la vi. No volví a llamarla. Ella me mandó dos mensajes diciendome que teniamos que hablar, pero tampoco llegó a llamarme nunca.

lunes, 24 de enero de 2011

Una historia de cojones


I


Rogelio Fuentes caminaba hacia su oficina en el centro de la ciudad mexicana de Córdoba, Veracruz. Una niebla espesa, húmeda y caliente lo cubria todo, y ese era su clima favorito.

Cuando llegó, los dos tipos que habían ido a visitarle la semana anterior ya le estaban esperando. Recordaba sus motes, uno era “el güero”. Era el que llevaba la voz cantante, delgado y algo cetrino, vestía una chaqueta vaquera sobre una camisa de cuadros y un sombrero de palma. El otro era “el verijas”, algo mas alto y callado, tan gordo que llevaba los pantalones caidos, aunque quedaba bien disimulado con la guallavera que vestía .

- Buenos días, no esperaba volver a verlos por aquí. - dijo Rogelio, que necesitó tres intentos para meter la llave en la cerradura.

- Buenos días - contestó el güero - Vera usted, es que han habido problemas, pero pasamos y se lo cuento todo.

Dentro del despacho Rogelio tomó asiento en su sillón, detrás de su escritorio e invitó a los otros dos hombres a que se sentasen.

- Perdone. Esto pesa. - dijo el Verijas mientras sacaba una pistola calibre 45 de la cinturilla del pantalón y la ponía sobre la mesa. Aquello no asombró a Rogelio, ya que en la primera reunión hizo lo mismo.

- Creo que ha habido un mal entendido - comenzó a decir el güero - Verá, nosotros le dijimos que le aseguraríamos la llegada de su camión desde el puerto de Veracruz hasta aquí, y nos pagó lo que le dijimos, pero ese es el precio por camión y usted ha recibido dos, y eso no nos lo dijo, así que nos debe la misma cantidad que nos pagó antes. Sin contar con el almacén.

- ¿Como dice? - preguntó Rogelio sacudiendo la cabeza.

- Si hombre, claro, usted no es de por aquí, claro, las cosas en la madre patria seguro que son de otra forma. Pues verá, ese era el precio por proteger la mercancía desde el puerto hasta aquí. Pero el almacén, eso ya es otra cosa. Igual que para proteger el transporte, usted nos necesita para que guardemos su bodega, por que las cosas están muy mal, y hay mucho loco suelto, y sin nuestra protección acabará perdiendo toda su lana. Además, el vino que usted vende tiene pinta de ser caro.

- No habíamos hablado nada de eso antes ¿a que viene todo esto? Les pagué lo que me pidieron la primera vez pensé que... ¿que hace? - el güero había sacado una navaja y estaba grabando con ella una dos sobre el escritorio.

- Esto es lo que nos debe, no se olvide. - dijo apuntando con el arma hacia la cara de Rogelio. - En otras partes las cosas se hacen de forma diferente, pero aquí las hacemos así. La semana pasada mataron a catorce personas en una balacera. Estaban en una fiesta. Alguien hizo que otra persona se sintiese incomodo, y el que daba la fiesta lo pagó. Como usted no es de aquí, nosotros nos ocuparemos de que nadie se sienta mal con usted. ¿Entiende lo que le digo?

- Tranquilo hombre, solo ha sido un mal entendido. - dijo Rogelio mientras abría un cajón de su mesa y sacaba una caja donde guardaba billetes en efectivo. Comenzó a contarlos hasta completar la cifra que estaba sobre la mesa y se la entregó a los dos hombres.

- Con esto estamos en paz - dijo - espero que no tenga que volver a verles por aquí.



II


Rogelio Fuentes conducía su pickup por los caminos de la sierra que rodeaba la ciudad. Tomó el primer desvío que marcaba la entrada a un rancho. Conducía despacio para evitar golpear los bajos del coche al pasar los baches. A los laterales solamente había arboles y de vez en cuando se podía ver alguna mata silvestre de café. Cuando divisó una casa a unos cien metros se detuvo y aparcó la camioneta debajo de las ramas de un guapinole. Abrió la puerta despacio, la volvió a cerrar y metió la mano por la ventanilla para tocar varias veces el claxon. Unos minutos después dos hombres aparecieron de entre la espesura armados con un machete a la cintura , una escopeta de caza y una sonrisa cada uno de ellos. Rogelio sabia que aquel era el recibimiento habitual para los forasteros. Se lo advirtieron la primera vez que dijo que quería subir a la sierra.

- Buenos días - dijo Rogelio mientras rodeaba el vehículo para que los dos desconocidos pudiesen ver que no llevaba nada en las manos. - ¿Tienen ustedes mangos o plátanos?

- Buenos días. No señor, aquí no tenemos. Pero tenemos sandías si quiere. - contestó el que parecía mas viejo de los dos.

- ¿A que precio?

- A dos pesos el kilo.

- A uno y medio me llevo 400 kilos. ¿que le parece?

- Dos es el precio. - Contestó el desconocido.

- Se me hace un poco caro para la sandía. El mango tiene mejor margen. Oiga, me gusta su escopeta ¿me la vendería?

- ¿Y por que no se compra una en una tienda usted mismo, amigo?

- Bueno, por que ya no se hacen ese tipo de escopetas. Yo las colecciono, y esa parece que tiene los cañones de damasco. Todavía no tengo ninguna así.. Le puedo dar treinta mil pesos por ella. - dijo Rogelio alentándose unos pasos.

- Por cuarenta mil y los cuatro cientos kilos de sandía a dos, es suya.

Rogelio aceptó el trato y caminó hacia el hombre, que levantó el arma hasta que los cañones estuvieron en paralelo con el suelo. Después giró la palanca para abrirla y sacar los dos cartuchos sin percutir que tenia en su interior. Los tres cerraron el trato con un apretón de manos.


III


Rogelio dio la última calada al cigarro puro que se habia estado fumando. Miró su reloj y vió ya eran las ocho de la tarde. Cuando se preparaba para irse a casa alguien llamó a la puerta de la oficina. Antes de que pudiese abrir la boca, el Güero estaba dentro del despacho con otro hombre.

- Don Rogelio, amigo. Mira, te presento al señor Gutierrez. Pero no te levantes. Ya nos sentamos nosotros. Nuestro jefe está muy contento con tu negocio. Parece que te va bien, y si a ti te va bien, a nosotros también, claro.

- Bueno - dijo cuando el Güero acabó de alagar su gestión - gracias por todo, pero de momento creo que no necesitaré de sus servicios hasta el próximo envío.

- Pues ahí estamos, amigo Rogelio. La cosa es que como mi jefe es dueño de tres restaurantes por la zona, le interesaría tener parte en tu negocio. La venta de vino español en sus locales da mucha categoría, y con él a tu lado, venderás mucho más. Así que me envía para decirte que a partir de ahora, el veinte por ciento de los beneficios que saques van a ser para él. A cambio, mi jefe será cliente tuyo y facilitará que no pierdas los clientes que ya tienes. Aquí, el señor Gutierrez es su contador de confianza, y va a ser el hombre que lleve tus cuentas a partir de ahora.

- Hombre - contestó Rogelio - una cosa así tengo que pensarla.

- Parece que no lo has entendido. No hay nada que pensar. O lo haces así o lo vas a tener más difícil. ¿Quieres pensarlo? Bueno. Mira, te dejo aquí escrito el porcentaje para que no te olvides y mañana nos pasamos otra vez. Claro que mi jefe puede cambiar de opinión y resultar mas caro.

El Güero sacó su navaja y comenzó a tallar sobre la mesa.

- No creo que sea para ponerse así - dijo Rogelio mientras abría el cajón de su escritorio.

El Güero estaba muy acostumbrado a hacer ese tipo de trabajos, y sabia que la gente suele ponerse nerviosa cuando quiere engañarle de alguna forma, pero se muestran tranquilos cuando aceptan su destino, y Rogelio Fuentes ni siquiera estaba sudando. Tampoco le temblaban las manos cuando le apuntó con la escopeta de cañones recortados que el Güero no tenia claro de donde habia salido. Este se llevó una mano a la los riñones, pero no le dio tiempo a sacar nada cuando la rosa de perdigones se estrelló contra su pecho. Rogelio giró la escopeta hacia el otro hombre, que levantó su mano izquierda como si eso fuera a detener el plomo, mientras que con la otra buscaba algo dentro de su chaqueta. Después del disparo, sus dedos desaparecieron convertidos en una masa viscosa que voló por toda la habitación, junto con parte de su cara. Rogelio arrojó la escopeta al suelo y cogió la navaja que estaba sobre la mesa. Se acercó primero al hombre que acababa de conocer. Respiraba, pero había perdido el conocimiento. Le hizo un corte a un lado del cuello y un chorro de sangre salpicó una pared. Después se dirigió al Güero, que luchaba por respirar debido al impacto. Rogelio lo miró durante un instante. El Güero tosió y se escuchó en su interior un ruido como el de una cañería atascada. Volvió a toser y de su boca salió un borbotón de sangre. Después, todo quedó tranquilo.


IV


Rogelio Fuertes estaba pasando la mañana del domingo cuidando del jardín de su casa. Un coche patrulla se detuvo delante de la puerta. Vió como dos agentes municipales se bajaban y se dirigían hacia el.

- ¿Es usted Don Rogelio Fuentes? - dijo el agente que parecía mas viejo, desde el otro lado de la verja que rodeaba el jardín.

- Si señor ¿puedo ayudarle el algo? - contestó Rogelio clavando el azadón que tenia en la mano en el suelo.

- Pues quiero hacerle un par de preguntas.

Rogelio abrió la puerta y el agente entró mientras que el otro quedó esperando junto al coche.

- ¿Conoce usted a un tal Rigoberto Sanchez, al que llaman el Güero? - comenzó preguntando el agente.

- Si señor, ha estado varias veces en mi oficina

- ¿Y se puede saber para qué iba a su oficina?

- Digamos que se ocupaba de la seguridad de mi negocio. De vez en cuando venia y me pedia dinero a cambio de protección.

- ¿Y usted pagaba? - dijo el agente echandose la gorra un poco hacia atrás

- Pues si. ¿que otra cosa podia hacer?

- ¿Y conoce a un tal Carlos Gutierrez?

- Pues no acabo de estar seguro. La última vez que el güero vino a verme venia acompañado de un tal Gutierrez. No se si será por el que usted me pregunta.

- ¿Y que querian? - dijo el policia, quitandose la gorra definitivamente.

- Dinero. Lo de siempre.

- ¿Y pagó?

- Claro. Pagué. Dos cientos mil pesos.

- Y supongo que no sabe lo que ocurrió después - continuó preguntando, mientras miraba por encima de su hombro para comprobar que su compañero seguia en su sitio.

- Se marcharon con el dinero. Y aquella fué la última vez que les vi.

- Claro. Hemos encontrado el cadaver del tal Gutierrez tirado en una cuneta con un disparo de postas y degollado, y el güero ha desaparecido ¿Se le ocurre que puede haber pasado?

Rogelio se quitó la gorra y se rascó la coronilla durante un instante. Después se la volvió a colocar.

- ¿Por que iba a tener que saberlo? Como digo, cuando se marcharon fué la última vez que les vi.

- Bueno, pues es raro, por que el güero es famoso por ser fiable como cobrador. Y el otro solamente es un contador. Claro que es mucha lana la que manejaban. Quizá se volviese codicioso.

- Yo no le conocia, así que en eso no puedo ayudarle - Dijo Rogelio mientras cogia el azadón.

- ¿Sabe usted que el jefe de esta gente es gente peligrosa? un hombre con cojones.

- Supongo que siempre hay alguien con mas cojones. O mas insensato. Eso es lo bueno de este país. En el mio, si alguien quiere joderte, necesitas un buen abogado y mucho tiempo, pero aquí solo hacen falta dos huevos bien puestos.

- Si, en eso tiene razón. - contestó el policia riendo. - ¿Y que va a pasar si alguien mas quiere extorsionarle?

- Bueno - dijo Rogelio volviendo a cavar la tierra - Supongo que mas gente se volverá codiciosa.

El agente se rascó la nuca, se colocó de nuevo la gorra y colgó los pulgares de la hebilla del cinturón.

- Tenga mucho cuidado. - Dijo al fin - Y la próxima que necesite protección venga a verme. Le aseguro que le saldrá mas barato.

Desde el coche patrulla, los dos agentes pudieron ver por última vez a Rogelio Fuentes de pie en el centro de su jardín encendiendo un gran puro.