miércoles, 26 de enero de 2011

Recuerdos Olvidados

Las risas infantiles rasgaron el silencio de la hora de la siesta.
Fátima hizo a un lado la cesta de la costura. La rosa que estaba bordando en uno de los pañuelos de la señora podía esperar. Se pasó la mano por el sudoroso cuello y se ahuecó el pelo. Un leve frescor acarició su nuca. Aquella era una de las peores tardes de lo que llevaban de verano. Aun así, ella no renunciaba a estar en el patio a cambio de buscar la frialdad de las estancias más recónditas. Sabía que la mayoría de los criados pensaban que no estaba bien de la cabeza, que no era normal soportar aquellos calores sin ninguna necesidad, sin embargo, no iba a ser ella la que les explicara lo que sentía al poder estar en aquel lugar. No quería correr el riesgo de que su refugio fuera invadido por otra presencia que no fuera la de los niños.
Precisamente, en aquel momento, apareció su hija.
—Aisha, no corras —le avisó mientras la niña se escondía detrás de una de las columnas del patio.
—No le digas que estoy aquí —susurró estrechando sus brazos a lo largo de su cuerpo para hacerse menos visible.
Fátima se rió ante su inocencia.
—No va a hacer falta que yo hable, se te ve el vestido a la perfección.
La niña dio un pequeño chillido, salió de su escondite y se abalanzó hacia la estancia siguiente. La vio desaparecer a un lado del arco antes de que su perseguidor apareciera corriendo por el lado contrario.
—¿Dónde está?
La mujer se encogió de hombros con una sonrisa.
—No puedo decírselo. Ya sabe el señorito que forma parte de las normas.
—Vale —se conformó enfurruñado—. ¡Aisha, te encontraré! —gritó al aire, sin obtener respuesta alguna.
Salió corriendo y atravesó la puerta equivocada. Pronto regresaría, el Palacio de los Páez de Castillejo no era demasiado grande y el niño Rodrigo sabía que su compañera de juegos no tenía muchas opciones; las cocinas y las habitaciones de los criados eran su único refugio.
Fátima se giró y volvió a coger la tela dispuesta a continuar con su quehacer, pero antes de que le diera tiempo a dar una sola puntada, sintió su mirada. Desde el otro lado del arco, su hija la observaba con los ojos muy abiertos mientras sus regordetes dedos recorrían las figuras geométricas que decoraban la pared. La mujer sintió una punzada en su interior, sin embargo, hizo un esfuerzo para no pensar en ello.
—Te va a ver —le advirtió.
—Cuando vuelva, me escondo de nuevo. ¿Qué haces?
—¿No lo ves? Coser.
Rodrigo apareció como una exhalación. Aisha apenas tuvo tiempo de volver a ocultarse.
—¿Con quién hablabas? —Sin esperar respuesta, el muchacho comenzó a recorrer la galería del patio con mucha cautela—. Está aquí, lo se —farfulló para sí mismo.
El chico se acercó hasta el arco tras el que se ocultaba Aisha y atravesó el hueco de repente. Se oyeron gritos de triunfo y risas de entusiasmo. Después, se hizo el silencio.
Y, ante la seguridad de lo que estaba sucediendo detrás de aquella puerta, Fátima no pudo evitar volar hasta su niñez y sentir como unos labios, ya casi olvidados, rozaban los suyos trasportándola a otra realidad nunca alcanzada.

1 comentario:

  1. Vaya por dios, con lo que estaba disfrutando la lectura y va y se acaba de repente. Quedan ganas se seguir leyendo.

    ResponderEliminar