domingo, 30 de enero de 2011

Una historia de amor (sin sexo ni amor)

- No voy a escribir mas historias de amor.

Eva me mira desde el otro lado de la mesa.

-Pero este concurso está muy bien.

En el fondo se que lo hace por mi bien. Quiere que yo gane algún concurso, que se publique un libro con mi foto en la solapa, que tenga una caja en un periódico local.

- Me he dado cuenta de que prefiero no escribir historias de amor.

- Tú siempre te has tomado esto como un trabajo. Te sientas, escribes durante dos horas y sigues trabajando tus historias hasta que están bien. Así puedes escribir sobre cualquier cosa.

Enciende un cigarrillo con una cerilla que tira distraida a algún sitio.

- Escribir historias de amor despierta muchos fantasmas y no me apetece volver a pasar por eso.

- Bueno, pues bien. Alguna gente dice que las musas no les hablan. Tú en lugar de musas tienes fantasmas ¿que mas da quien te inspire?. Además, yo pensaba que tu inspiración era el trabajo.

- Si, pero el trabajo es un aquelarre para atraer la inspiración, y hablando de amor, la mía viene con fantasmas. El problema es que cuando el trabajo a acabado, los fantasmas se quedan una temporada. Te voy a contar algo. Escribir sobre cualquier cosa es fácil, solo hay que mirar al entorno, leer un periódico o un libro de anatomía. Pero el amor va por dentro. No se puede escribir sobre amor si no lo has vivido.

- Bueno, no te pongas así, - me dice cogiéndome la mano - te invito a una copa. Quiero presentarte a alguien.

Vale, al menos voy a sacar un par de copas gratis, aunque tenga que conocer a alguno de los amigos de mi futura editora. Busca en su enorme bolso y saca un teléfono. Marca un número y espera.

- ¿Dudu? ¿sigues en la oficina? Pues mira, voy a estar en "el oratorio" con “ya-sabes-quien”, por si te quieres pasar.

"El oratorio" es uno de los lugares mas sórdidos de la ciudad. No creo que yo mismo fuese capaz de entrar allí sin compañía. Bueno, veremos que me tiene preparado.


Pido un gin tonic sin dar marcas, aqui las etiquetas no valen de nada, ni si quiera espero que me pongan una raja de limón. Eva pide un cubalibre. Charlamos de intranscendencias mientras contribuimos a la cantidad de humo en el local, ella fumando cigarrillos compulsivamente y yo con un puro corriente que compro en cajas. Odio fumar a partir de las ocho de la tarde, pero no me gusta estar con alguien que hecha humo mientras que yo me limito a respirar lo que me pongan. Veo que hace un gesto hacia la puerta, y me giro a mirar. Veo a un tipo alto, joven, gordo, soltando una gran risotada, y empiezo a rezar para que ese no sea Dudu. Detrás de él aparece una mujer menuda abriéndose paso entre la gente para tratar de llegar hasta nosotros. No se en que momento se ha llenado el local.

- Dudu, te presento a tu “ya-sabes-quien”.

Nos damos los dos besos de rigor para a continuación ignorarme tratando de ganar la atención del camarero para que sirva un destornillador con zumo y no con refresco. Una vez conseguido su objetivo se disculpa y se integra en la charla, encendiendo un cigarrillo.

- Así que tu eres el que ha escrito todos esos cuentos.

Si señora soy yo, y ahora mismo sabes mas de mi que yo de ti, y esas cosas siempre me han incomodado.

- Pero dice que ya no quiere escribir mas historias de amor. Dice que le sientan mal.

- Y muy bien que haces, si con eso no te sientes a gusto, busca otros temas.

Dice esto mientras se coloca el pelo detrás de la oreja usando el pulgar. Los dedos índice y corazón los necesita para sujetar el cigarrillo. Tiene una melena un poco por encima de los hombros, lisa y muy negra. Una luz blanca de un foco hace que tenga reflejos violáceos. Hablamos sobre la creatividad y sobre la dificultad de combatir una batalla a espada. Nos pedimos otra copa y hacia la mitad me doy cuenta de que Eva se ha marchado a la francesa. Seguimos charlando sobre la literatura en el cine hasta que vaciamos los vasos. El local se ha llenado aún mas y ahora estamos hablando casi nariz con nariz. Eso también ayuda a que nos oigamos, ya que la música está muy alta. Me mira a los ojos y me propone ir a otro sitio. Me fijo que los suyos son castaños, de un color muy común, pero con un brillo de vida que podría matar a un vampiro. Salimos de ese sitio y me dice que vayamos a un bar que ella conoce y que a esas horas no debe tener mucha gente. Empezamos a andar y pasa su mano por debajo de mi brazo. En el silencio de las calles puedo oir el eco de sus tacones. Con los zapatos puestos es mas o menos como yo de alta.


Llegamos al otro bar y veo que llevaba razón en lo de la cantidad de gente. Saluda al camarero por su nombre y me pregunta que si el gimlet me gusta con vodka o con ginebra. La digo que con ginebra, aunque ella lo prefiere con vodka.

Después del primer trago, la pregunto porque la llaman Dudu.

- No quieras saberlo todo, cowboy.

Nos acabamos las bebidas en dos minutos, o puede que fuesen dos horas.

- Me voy para casa, tengo que cojer un avión en 5 horas y necesito lavarme el pelo.

Vale, que le vamos a hacer, todo el mundo sabe lo que significa esa excusa. Es una lástima, porque empezaba a gustarme.

- El viernes estoy por aquí, así que si te apetece podemos tomarnos unas copas, o cenar en algún sitio.

Sonrío y asiento. Como despedida me da dos besos justo en la comisura de los labios y la veo marcharse con el sonido de sus tacones resonando en mi corazón.

- Marinero.

Me vuelvo, es ella desde la distancia.

- Me llaman Dudu por que mi madre me bautizó Eduarda, pero si se lo dices a alguien tendré que matarte, y no serás el primero.

Llego a casa y enciendo el ordenador.

"La conocí en el bar mas sórdido de la ciudad".

1 comentario:

  1. Es curioso, el otro día estuve a punto de subir un relato donde los agentes Rojas y Rascón tenían una escena contigo. Es un reto mezclar personajes de ficción con reales, la verdad es que en esta ocasión creo que te ha quedado muy bien... a mí, no sé porqué, no es un experimento que me atraiga mucho.

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