miércoles, 30 de noviembre de 2011

El jugador.

Steve estaba colocando las cartas sobre la mesa de la cocina.  Iba sacándolas de la baraja de dos en dos y poniéndolas en el lugar que le correspondían.  Dos de picas, cinco de tréboles.  No coincidía con ninguna de las que ya tenía en las columnas de palos, así que las puso en el montón de descartes.  J de corazones, cuatro de picas.  Colocó la J encima de la reina de corazones.  El cuatro lo dejó en el montón de descartes.  Era agradable estar allí sentado, con la luz del medio día entrando por la ventana.
Escuchó unas llaves abriendo la puerta del apartamento y después vio a su hijo entrar.  Steve se dio cuenta que diecisiete años pasan rápido y uno a penas ve en que momento crecen tanto.
- Hola - dijo el muchacho.
- ¿Va todo bien?
- Si, claro que sí - contestó mientras abría la nevera y sacaba una botella de leche.  Se sirvió un vaso mientras Steve le observaba.
- Muchacho, me gano la vida leyendo las caras de la gente, y algo me dice que a ti te pasa algo.
El chico no contestó.  Se limitó a beber un trago de leche mirando al infinito.
- Dame un vaso de leche y trae las fichas - dijo Steve recogiendo las cartas.
Su hijo sacó un vaso limpio de un estante y lo llenó con lo que quedaba en la botella.  Después salió de la cocina y volvió con una caja de madera sin tapadera llena de fichas de plástico de distintos colores.  Se sentó en frente de su padre y empezó a contar y a hacer dos montones de fichas, uno para su padre y otro para él.  Después Steve repartió las cartas.
- ¿Que va mal?
- Nada - dijo el chico mirando las cartas.
- ¿Es una chica?
El chico no contestó.  Jugaron dos manos sin hablar nada, en un silencio solo roto por el sonido de las fichas de apuestas.
- La verdad es que si que me gusta alguien - dijo mientras Steve volvía a repartir las cartas de la tercera mano.
- ¿Y tú a ella?
- Pues no lo se - mientras decía esto miró sus cartas e hizo una apuesta muy alta.
- ¿Por que haces eso?
- ¿El que?
- Hacer una apuesta tan alta.  Ahora no se si tienes buenas cartas o malas cartas, pero lo que acabas de conseguir es asustarme.  Si de verdad tienes una buena mano, es mejor ir despacio.
Steve tiró sus cartas en el centro de la mesa y dejó que su hijo recogiese el poco beneficio que había obtenido con su mala jugada.
- Recuerda. Nunca vayas demasiado fuerte sin saber lo que tiene el otro.
Los dos bebieron un trago de leche antes de volver a repartir cartas.
- ¿Tu le gustas a ella?
- Pues no lo se.
Steve puso un par de fichas en el centro de la mesa.  Su hijo hizo lo mismo, y añadió una más.  Steve aceptó la apuesta.  Hicieron un descarte y volvieron a apostar.  Cada apuesta que hizo Steve fue superada por su hijo.  Steve aceptó cada subida, haciendo él mismo la suya.  Así estuvieron los dos hasta que en el montón de fichas central estaba la mitad de las fichas de cada uno.  Steve volvió a subir la apuesta una última vez.  Su hijo cogió igual cantidad de fichas de su montón y se dispuso a ponerlas en el centro.
- ¿Estas seguro de que puedes ganar esta mano? - dijo antes de que las soltase.
- ¿Que otra cosa puedo hacer? ya he apostado la mitad de mis fichas.  Tengo que seguir jugando si quiero tener una oportunidad.
- No, chico.  No importa cuanto has apostado.  Tienes que saber cuando hacer la jugada y arriesgar, pero también tienes que saber cuando retirarte, no importa cuanto vayas a perder. Si juegas hasta el final sin una buena mano, la cosa se puede poner peor.
El muchacho volvió a dejar las fichas a su lado y tiró las cartas al centro de la mesa.  Steve recogió sus ganancias y se dispuso a repartir otra vez.
Ambos miraron su nueva mano de cartas.
- El problema es que hay otra chica que va detrás de mi.  Y si le digo algo a la que me gusta, la otra ya no va a querer saber nada, y bueno, no es que me guste mucho, pero algo es algo.
Steve hizo una apuesta fuerte, dejando un buen montón en el centro de la mesa.  Su hijo contó las fichas para igualar la apuesta, y luego empezó a contar las fichas que aún tenía en su lado de la mesa.
- ¿Que haces? - preguntó Steve.
- Contando las fichas que me quedan.
- Escucha, cuando uno está sentado a la mesa, jugando, no debe contar nunca sus fichas.  Solo mirar sus cartas e intentar ganar con lo que tiene.  Pero no cuentes. Tanto si vas ganando como si vas perdiendo.
Los dos siguieron jugando hasta que la luz blanca del medio día se convirtió en la luz rojiza del atardecer.  Luego el chico se levantó de la mesa, se despidió de su padre y se fué a su habitación a estudiar.
Steve se quedó solo en la cocina, escuchando el ruido de los coches en el exterior, conducidos por gente que volvía de su oficina a casa después de haber trabajado ocho horas.


lunes, 28 de noviembre de 2011

Fúmate uno

Una tarde de otoño recibí una llamada de Oso.  Quería que le acompañase a un recado.  Me dijo que llevase el coche.
Me hizo conducir hasta un barrio bien a las afueras de Madrid.  Uno de esos barrios nuevos con avenidas de dos carriles y sin una sola panadería donde se han mudado familias con algo de dinero.  Estuvimos buscando una calle durante un buen rato.  Era casi la una de la noche y no había nadie a quien preguntar.  Cuando la encontramos, me indicó  que aparcase.  No nos bajamos del coche.  Dijo que tendríamos que esperar un rato.  En mi cabeza aún tenía metido el problema que tuvimos en el almacén, hacía ya un par de meses.
- Oso, no se te ocurra encender uno de esos puros dentro de mi coche, que luego huele fatal - le dije cuando le vi sacar un habano del tamaño del brazo de un bebe.  
- Hermoso, no son mis puros.  Tu coche coche ya apesta sin mi ayuda.
- Pues si te parece apestoso, no me llames -  Mientras decía esto él le quitaba la vitola a su cigarro.
- ¿Quieres uno?
- No, gracias.  Mi padre fuma puros.  Y siempre dice que no hay que quitarles la vitola, así que no creo que sepas mucho de esto.  Si te viese quitarle la vitola a un Cohiba como ese, te diría algo.
- ¿Si? vaya, hombre ¿y por que dice tu padre que no le puedo quitar este papel de un puro? - dijo mientras levantaba en alto la insignia roja y dorada.
- Pues por que a veces no las pegan bien, la cola se sale y se pega al cigarro, y si lo arrancas, puedes romper la capa de fuera y te lo cargas.
Oso se quedó mirandome un momento, encendió el puro, se recostó en el asiento del coche y empezó a fumar en silencio.  Estuvimos así una media hora.  Después apareció un tipo que venía caminando.
- Aquí está.  Estate atento.  No te bajes del coche a menos que la cosa se ponga fea.
A la vez que me decía esto, se ponía unos guantes de cuero que había sacado de un bolsillo de la chaqueta y que parecían muy ajustados, pero que ya estaban muy adaptados a la forma de sus manos y de sus nudillos.  Cuando el tipo que venía caminando llegó a la altura  del coche, Oso abrió la puerta y salió.  Pude ver la cara del otro.  Su cara, al vernos, se transformó en una mueca de terror.  Oso le dió un primer puñetazo en la nariz antes de decir nada.  El tipo dió dos pasos hacia atrás y Oso le agarró de la solapa de la americana para que no callese al suelo.  Luego le volvió a golpear en la cara y esta vez si le dejó caer.  Una vez en el suelo le dio una patada en el estomago, luego se agachó, le dijo algo y le echó una bocanada de humo del puro que no había soltado de entre sus labios.  Arranqué el motor antes de que Oso volviese a entrar, y cuando lo hizo, nos fuimos de allí con tranquilidad.
Iba conduciendo de vuelta al centro de Madrid cuando Oso me enseñó el puro que estaba intacto a pesar de la pelea.
- ¿Sigue tu padre fumando puros? - me preguntó.
- Si.
- Pues dile una cosa.  Si me gasto quince euros en un puro, a nadie mas que a mi le importa lo que estoy fumando. Les quito la vitola igual que les quito la etiqueta a mis trajes.  Hace falta el trabajo de mucha gente para hacer uno de estos.  Y si el que pega el puto papelito es tan idiota que no sabe hacerlo bien, o lo hace mal por descuido, entonces me está faltando al respeto a mi y todos los que han trabajado en esto.  Así que si un puro se rompe por eso, no merece ser fumado. ¿Has entendido?
- Si. Ahora si.
Aquella fué la primera vez que Oso y yo nos sentamos a fumar juntos.



jueves, 24 de noviembre de 2011

Guardame el monedero


Llegué tarde, como siempre.  Carmen y su novio ya estaban esperandome.  Le di dos besos a ella.  Le dije “hola” a él.  Me parecía un imbecil, y supongo que yo a él, pero intentabamos llevarnos.  Carmen era una buena tía, siempre me habia gustado.  No era demasiado inteligente, pero era de esas tías que cuando te ven triste te dan ánimos, y sobre todo estaba muy buena.  Con dos ojos oscuros como fosas de cementerio, un pelo a juego y dos tetas mas grandes que su propia cabeza, a pesar de que no la sobraba ni un solo gramo de grasa en todo su cuerpo.  Y todo esto condensado en un metro y medio de altura.  Su piel era dorada.  Al menos la de los hombros y el escote.  Llevaba puesta una camiseta de tirantes.  Aquella noche hacía demasiado calor como para llevar otra cosa.

- Toma, guardame esto, anda, que este no quiere y no tengo bolsillos.
Me lo dijo señalando a su novio con una mano, mientras que con la otra me ofrecía su monedero.  Lo metí en mi bolsillo.
Eran ya mas de las once.  Decidimos ir a un bar de copas, de esos con la música muy alta y la luz muy baja.  Pedimos una cerveza cada uno.
- Marisa me parece una buena tía. Siempre está de broma - dijo el novio de Carmen.
- Si.  Aunque tiene la costumbre de arrimar mucho las tetas cuando besa - dije yo.
- Las tías que hacen eso me caen fatal.  Siempre calentando - dijo Carmen.
- Yo creo que lo hace sin darse cuenta - contesté dándole el último trago a la cerveza.
- Un poco golfa si que es. - dijo el novio de Carmen - Voy a mear.
Carmen y yo quedamos en silencio durante un minuto, hasta que vimos desaparecer a su novio entre la multitud.  Después se arrimó, pegando mucho su cuerpo contra el mio.
- Cuando una tía te arrima las tetas, sabe lo que está haciendo. - me susurró al oído al tiempo que ponia su mano en mi paquete - ¿Tienes bien guardado mi monedero?
- Eso no es tu monedero.
- Lo se.
Luego se quedó mirándome a los ojos.  Cuando volvió su novio, ella dijo que no quería otra cerveza y prefería irse a casa.  Sola.

El coche y la niebla

El coche con la matrícula falsificada finalmente se detuvo delante del nuestro con un frenazo más bien brusco. Era un robusto 4x4 azul marino, cuya marca no me sonaba de nada. Daba la sensación de que no volvería a moverse de allí durante mucho tiempo. Estábamos en una carretera secundaria que no conocíamos, camino de un encuentro con unos amigos.
Al frenar, su parte trasera se nos presentó nítidamente. Amanda y yo seguimos con la mirada clavada en la matrícula; era difícil no hacerlo ya que era exactamente la misma que la nuestra.
Desde que nos dimos cuenta, y después del shock inicial, no habíamos hecho más que discutir sobre lo que debíamos hacer. Pararnos, dar la vuelta, hacerle señales o llamar a la policía. O seguir adelante. Seguimos adelante, con la mirada clavada en la placa, en nuestra placa.

Al pararnos nos miramos. Buscábamos en el otro una pista sobre qué hacer. Nos mantuvimos en silencio. El silencio lo envolvía todo. De delante de nosotros, tras el cristal, una presencia inesperada nos impedía el paso. ¿Por qué? ¿Qué quería de nosotros?

Una densa niebla comenzó a envolverlo todo. Se estaba levantando con tal rapidez que daba la sensación de que el 4X4 la estaba haciendo salir desde los tubos de escape. Al poco dejamos de verlo, y en un momento todo lo que nos envolvía afuera era una enorme masa blanca, tan blanca que costaba creer que no fuera sólida.

Encendí la radio, en un extraño gesto, supongo que para distraer el terror. Los dedos apenas acertaban con los botones. Un sonido sibilante dio paso a una voz de hombre, y a una indicación muy clara, dirigida a nosotros. Hablaba de una forma amable, casi cantarina.

No había muchas posibilidades. Hicimos lo que nos dijo. Al rato, exhaustos, casi jadeantes, vimos al coche alejarse de nosotros.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bukowski y la creación.

Aire y luz y tiempo y espacio.



"-ya sabes, no he tenido una familia, un trabajo,
algo siempre se ha puesto en el 
camino
pero ahora
he vendido mi casa, he encontrado este
lugar, un gran estudio, deberías ver el espacio y
la luz.
por primera vez en mi vida voy a tener
un lugar y el tiempo para
crear."

no, cariño, si vas a crear
vas a crear si trabajas
dieciséis horas al día en una mina de carbón
o
vas a crear en un cuarto pequeño con tres niños
mientras que estas
cobrando el paro,
vas a crear con parte de tu mente y de tu cuerpo 
destrozados,
crearás ciego, 
mutilado, 
demente,
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego.


cariño, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada, excepto quizás una vida mas larga para encontrar
nuevas excusas.




Como ser un gran escritor

tienes que follar con muchas mujeres
bellas mujeres
y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos talentos.

sólo bebe más cerveza más y más cerveza.

ves al hipódromo por lo menos una vez
a la semana

y gana
si es posible.
aprender a ganar es difícil,
cualquier idiota puede ser un buen perdedor.

y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu
cerveza.

no te esfuerces.
duerme hasta el mediodía.

evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa a tiempo.

acuérdate de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares.

y si tienes capacidad de amar
amáte a ti primero
pero siempre ten en cuenta la posibilidad de
la derrota total
ya sea por buenas o malas razones.

un sabor temprano de la muerte no es
necesariamente
algo malo.

quédate fuera de las iglesias y los bares y los
museos
y como las araña se
paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
mas
el exilio
la derrota
la traición

toda esa basura.

quédate con la cerveza

la cerveza es sangre continua.

una amante continua.
consigue una máquina de escribir grande
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa
dale duro.

haz de eso una pelea de peso pesado.

haz como el toro en la primer embestida.

y recuerda a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun.

si crees que no se volvieron locos en habitaciones
pequeñas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...

entonces no estás listo

bebe más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay
está bien
igual. 

martes, 22 de noviembre de 2011

El Cerco

Al comienzo de la época de nieves, el Poblado fue rodeado por las hordas de la tribu rival. Acamparon alrededor con todas sus armas y no dejaban salir a nadie. Pronto comenzaron a escasear los víveres y la situación fue haciéndose insostenible.
El Jefe del poblado, Kuma, que había sido elegido por el Consejo de Sabios solo dos temporadas antes, no sabía muy bien qué hacer. Intentó muchas estrategias, pero ninguna de ellas terminó dando resultado. Envió a sus mejores guerreros a internar abrir una salida, pero todo fue en vano. También ordenó excavar túneles con el fin de salvar la línea enemiga, pero todos los pobladores que lo intentaron fueron atrapados y ejecutados.

El anterior jefe del poblado, Marimba, no hacía gran cosa para ayudar a salir de la situación. El y los suyos, los integrantes del clan que había resultado derrotado en la anterior elección de Gran Jefe, solo esperaban y no decían ni proponían nada, tan solo repetían una y otra vez que la situación no podía continuar así.

El tiempo pasó y gracias a la astucia de algunos pobladores disfrazados la gente del poblado no sucumbió al hambre, ya que en redadas nocturnas conseguían hacerse con algunas provisiones, cazando animales. Aún así, la situación era crítica.

La temporada siguiente, para tratar de dar solución al cerco de la tribu rival, el Consejo de sabios convocó una asamblea. Duró toda la noche. En ella se decidió que Kuma fuera apartado del poder, y que lo ostentara, de ahí en adelante, Marimba.

Hubo grandes celebraciones por parte de Marimba y su clan, pero pronto se vio que todo había sido en vano.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Seamos amigos.


Estábamos sentados en el sofá de mi casa.  Cuando pasó su lengua por el pegamento del papel de fumar alargué mi mano para coger la bolsa con el tabaco.
- Fúmate este. Ya hago yo otro.- dijo, ofreciéndome el cigarro que tenia en la mano.  Lo encendí y le dí una calada. Luego se lo puse en los labios para que ella diese otra mientras ponía tabaco sobre un papel.

- Así que no se lo que hacer. - dijo - Me gustaría tener un compañero sexual estable, con el que haya algo mas que solo follar.  No es que quiera tener novio, o algo así.  No quiero sentirme atada.  Pero es que los tíos con los que me acuesto, si les pregunto que si quieren ir a tomar algo, o se asustan, o se enamoran.
- ¿Y por que no follamos tu y yo? - dije después de dar otra calada.

- ¿Contigo? no me apetece.  No se.  Estoy muy a gusto con esto que tenemos.

- ¿Y que tenemos?
- Pues somos amigos ¿no? Nos vemos dos o tres veces a la semana, y hablamos todos los días.  Esto me gusta, por que no me siento sola, y el sexo lo complicaría todo.
Acabamos de fumar en silencio, terminando de ver la película que ponían en la televisión y que hasta ese momento no habíamos hecho ningún caso.  En los títulos de crédito la miré y estaba dormida.  La música la despertó.  Miró a su al rededor.
- Joder, que sueño. ¿Te importa si me quedo a dormir? - dijo, estirando sus brazos hacia el techo.
- Ya sabes que no.
Fuimos juntos a la habitación.  Abrió el armario y sacó una camiseta negra, descolorida y algo rota del segundo cajón.  Después se fue al cuarto de baño mientras que yo me desnudaba y me metía debajo del edredón en calzoncillos.
Cuando volvió me fijé que aquella camiseta tenía algún tipo de patrón especial, o quizá fuese el cuerpo de ella que la deformaba para obligarla a ajustarse a sus curvas.  Aquella prenda, unos calcetines negros y unas bragas era todo lo que llevaba puesto, como siempre que se quedaba a dormir. Saltó por encima de mi para poder llegar al lado de la cama que estaba mas cercano a la pared.  Su lado de la cama.
Nos dimos las buenas noches y apagué la luz.
- ¿Decías en serio lo de tener sexo juntos? - dijo después de unos minutos.  - ¿Me has oido?
- Si, te he oído - supongo que tardé mucho en contestar - no, no lo decía en serio, solo quería ayudarte con tu problema. ¿Porque lo preguntas?
Ahora era ella la que se había quedado en silencio.
- No, por nada. Es que no quería que te sintieses mal.  Bueno.  Así mejor.
A mi me costó dormirme, y ella también se mantuvo despierta durante mucho tiempo.
A la mañana siguiente me levanté y me vestí.  Antes de salir por la puerta me puse de cuclillas junto a la cama, la miré a la cara durante un instante, tratando de adivinar donde estarían sus labios en la penumbra.
- Me voy a quedar un rato.  No quiero levantarme tan temprano.  Hoy no.
- Ya lo se.  Te he dejado café recién hecho, y ya sabes donde está lo demás. -la dije
Cerré la puerta de la calle intentando no hacer ningún ruido.