Steve estaba colocando las cartas sobre la mesa de la cocina. Iba sacándolas de la baraja de dos en dos y poniéndolas en el lugar que le correspondían. Dos de picas, cinco de tréboles. No coincidía con ninguna de las que ya tenía en las columnas de palos, así que las puso en el montón de descartes. J de corazones, cuatro de picas. Colocó la J encima de la reina de corazones. El cuatro lo dejó en el montón de descartes. Era agradable estar allí sentado, con la luz del medio día entrando por la ventana.
Escuchó unas llaves abriendo la puerta del apartamento y después vio a su hijo entrar. Steve se dio cuenta que diecisiete años pasan rápido y uno a penas ve en que momento crecen tanto.
- Hola - dijo el muchacho.
- ¿Va todo bien?
- Si, claro que sí - contestó mientras abría la nevera y sacaba una botella de leche. Se sirvió un vaso mientras Steve le observaba.
- Muchacho, me gano la vida leyendo las caras de la gente, y algo me dice que a ti te pasa algo.
El chico no contestó. Se limitó a beber un trago de leche mirando al infinito.
- Dame un vaso de leche y trae las fichas - dijo Steve recogiendo las cartas.
Su hijo sacó un vaso limpio de un estante y lo llenó con lo que quedaba en la botella. Después salió de la cocina y volvió con una caja de madera sin tapadera llena de fichas de plástico de distintos colores. Se sentó en frente de su padre y empezó a contar y a hacer dos montones de fichas, uno para su padre y otro para él. Después Steve repartió las cartas.
- ¿Que va mal?
- Nada - dijo el chico mirando las cartas.
- ¿Es una chica?
El chico no contestó. Jugaron dos manos sin hablar nada, en un silencio solo roto por el sonido de las fichas de apuestas.
- La verdad es que si que me gusta alguien - dijo mientras Steve volvía a repartir las cartas de la tercera mano.
- ¿Y tú a ella?
- Pues no lo se - mientras decía esto miró sus cartas e hizo una apuesta muy alta.
- ¿Por que haces eso?
- ¿El que?
- Hacer una apuesta tan alta. Ahora no se si tienes buenas cartas o malas cartas, pero lo que acabas de conseguir es asustarme. Si de verdad tienes una buena mano, es mejor ir despacio.
Steve tiró sus cartas en el centro de la mesa y dejó que su hijo recogiese el poco beneficio que había obtenido con su mala jugada.
- Recuerda. Nunca vayas demasiado fuerte sin saber lo que tiene el otro.
Los dos bebieron un trago de leche antes de volver a repartir cartas.
- ¿Tu le gustas a ella?
- Pues no lo se.
Steve puso un par de fichas en el centro de la mesa. Su hijo hizo lo mismo, y añadió una más. Steve aceptó la apuesta. Hicieron un descarte y volvieron a apostar. Cada apuesta que hizo Steve fue superada por su hijo. Steve aceptó cada subida, haciendo él mismo la suya. Así estuvieron los dos hasta que en el montón de fichas central estaba la mitad de las fichas de cada uno. Steve volvió a subir la apuesta una última vez. Su hijo cogió igual cantidad de fichas de su montón y se dispuso a ponerlas en el centro.
- ¿Estas seguro de que puedes ganar esta mano? - dijo antes de que las soltase.
- ¿Que otra cosa puedo hacer? ya he apostado la mitad de mis fichas. Tengo que seguir jugando si quiero tener una oportunidad.
- No, chico. No importa cuanto has apostado. Tienes que saber cuando hacer la jugada y arriesgar, pero también tienes que saber cuando retirarte, no importa cuanto vayas a perder. Si juegas hasta el final sin una buena mano, la cosa se puede poner peor.
El muchacho volvió a dejar las fichas a su lado y tiró las cartas al centro de la mesa. Steve recogió sus ganancias y se dispuso a repartir otra vez.
Ambos miraron su nueva mano de cartas.
- El problema es que hay otra chica que va detrás de mi. Y si le digo algo a la que me gusta, la otra ya no va a querer saber nada, y bueno, no es que me guste mucho, pero algo es algo.
Steve hizo una apuesta fuerte, dejando un buen montón en el centro de la mesa. Su hijo contó las fichas para igualar la apuesta, y luego empezó a contar las fichas que aún tenía en su lado de la mesa.
- ¿Que haces? - preguntó Steve.
- Contando las fichas que me quedan.
- Escucha, cuando uno está sentado a la mesa, jugando, no debe contar nunca sus fichas. Solo mirar sus cartas e intentar ganar con lo que tiene. Pero no cuentes. Tanto si vas ganando como si vas perdiendo.
Los dos siguieron jugando hasta que la luz blanca del medio día se convirtió en la luz rojiza del atardecer. Luego el chico se levantó de la mesa, se despidió de su padre y se fué a su habitación a estudiar.
Steve se quedó solo en la cocina, escuchando el ruido de los coches en el exterior, conducidos por gente que volvía de su oficina a casa después de haber trabajado ocho horas.
Lacónico, casi desvaído. Usas como tema el juego y el amor, pero pocas veces he leído algo tan desprovisto a la vez de ambas cosas.
ResponderEliminarLos retratos de Hopper, ¿no te parecen personajes de uno de sus cuadros?