miércoles, 14 de diciembre de 2011

Encerrona

La fría superficie le despertó y dio un respingo al verse desnudo y suspendido en un espacio desconocido. Observó la estructura que le contenía y pensó que debería esperar a despertarse para que aquello dejara de ocurrir, aunque supo al momento que ese pensamiento era solo un modo de escapar al pánico.

¿Cuánto podría medir el cubo de cristal donde se encontraba?, ¿y porqué no había mas que una masa blanquecina, (niebla, ¿que podía ser sino?) más allá del habitáculo, en el mismo lugar donde, hasta hacía poco, estaba su casa, su mujer, su diana electrónica recién comprada?

La sólida y transparente construcción no tenía abertura alguna; la había inspeccionado, palpando con la mano abierta, centímetro a centímetro; era una única pieza, sin fijaciones ni soldaduras. Se imaginó que esperando simplemente tendría lugar algo, por parte de alguien, en algún sitio.

Pensó en Gregorio Samsa y en José Luis López Vázquez en La cabina. Se dejó llevar por la sensación de que quizá el escritor que había imaginado en otro tiempo que llegaría a ser se encontraría al final existiendo, y que estaría en ese momento moviendo los hilos de su existencia encerrada, cómodamente arrellanado en su asiento frente al ordenador, encaprichándose de su incierto destino.

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