lunes, 19 de diciembre de 2011

escena

- David, entonces, ya está decidido lo de Nantes, ¿no? – Carmen se deshizo impostadamente del sentimiento de que en realidad le importaba un bledo si su hermano se mudaba o no al extranjero. Esperó un instante un gesto que significara que iba a producirse una respuesta, pero David pugnaba antes que nada con una al parecer rebelde cola de pescado.
Helen, su cuñada, sentada justo frente de ella, habló en su lugar:
- No va a ser Nantes, al final nos vamos a París. Alejandro le ha prometido a tu hermano el cargo de supervisor del área central. ¿No os lo había dicho. Deivid, hijo, cuenta las cosas…

Carmen sonrió a la buena disposición de Helen, así como a sus finas manos, revoloteando graciosamente sobre el mantel de organdí, seña de identidad de las fiestas de Navidad en su familia. Un noble pedazo del imperio británico ante ella, de rostro fino, vestido sabiamente elegido y exquisitas maneras: la chica de Glasgow que había agilipollado a su hermano, un tío de una pieza en otro tiempo.
Eran cinco a la mesa, pero sus padres, como siempre, jugaban tan a conciencia el papel de anfitriones perfectos, aterrorizados en realidad de quedar mal ante la eterna invitada que eran solo dos bustos provistos de palas. Miró a su madre y ésta, al saberse observada, se dio por aludida:
- El año pasado creo que me quedó mejor. Este año, no sé, no está tan jugoso - buscó en una rápida batida miradas de apoyo a los demás pero todos pasaron por alto el comentario.

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