miércoles, 14 de septiembre de 2011

Inspiración y la fotofobia de Almodóvar

Alves, el antiguo albañil reconvertido en escritor se atusó la perilla con cansada desidia mientras intentaba dar con su nuevo personaje. Se encontraba de pie, quieto, mirando a través de la ventana de su estudio. Ésta daba a un patio interior hosco y desvencijado, el patio que había sido la patria chica donde habían brotado, mágica, instantáneamente, los personajes que habían poblado sus dos novelas anteriores, escritas allí.

Permaneció en esa postura unos minutos, y luego cerró los ojos, para aliviar la creciente tensión que sentía en ellos. Ese fue tal vez el intervalo que necesitó Almodóvar para comenzar su ascenso desde el mugriento suelo del patio hasta la tercera planta, donde Alves le esperaba, aún sin saber que se trataba de él.
El director se elevó encaramado en una densa voluta de humo de pipa, con unas oscuras gafas presidiendo su redonda cara, y, posándose decididamente en el alféizar de la ventana, le saludó, con aires de suficiencia y encanto a partes iguales:
- Hola. Un poco más y me mato. A ver si hacéis algo con esta casa, que se os va a caer encima el día menos pensado. Disculpa por presentarme así, con gafas de sol en plena noche, pero no soporto ni una partícula de luz. Sufro de fotofobia. Sufro de fotofobia, sufro de fotofobia, tengo la impresión de no decir otra cosa desde este último año.

Alves sonrió, recogió el testigo que le habían tendido tras el cristal, y, apartando la vista del patio, regresó a la blanca luminosidad de la pantalla del ordenador, donde empezó a teclear:
”Almodóvar se levantó de la silla una vez más. El esbozo del personaje no le convencía nada. Necesitaba otra cosa para esa escena del guión inicial escrito a medias con su hermano, que debía estar terminada para el día siguiente por la tarde.
Finalmente se detuvo frente a la ventana del despacho, corrió la cortina y se dedicó unos minutos a contemplar el trabado tráfico, que llenaba casi completamente la calle. Le iba venciendo el sueño, la noche anterior había dormido cuatro horas escasas, y durante un momento se durmió literalmente, allí de pie, frente al cristal.
Un coche, un escarabajo descapotable rojo, aparcó indebidamente justo frente a su portal, y de él vio bajarse a un hombre. Era corpulento y llevaba sombrero de fieltro de ala ancha; parecía llevarlo para afianzar expresamente la impresión de robustez que transmitía. Rostro cuadrado y difuso aspecto de hostilidad. Llevaba perilla, una recortada y gris sobre el anguloso mentón; en cierta forme tenía aspecto de matón.
El hombre miró un momento hacia donde él estaba, y durante ese instante, Almodóvar pensó que sus miradas se habían cruzado. Al momento sin embargo se dio cuenta de que seguramente no, a causa de los destellos de los últimos y oblicuos rayos de la tarde.
Se colocó la mano derecha a modo de visera y observó de nuevo al hombre, que en ese momento se subía al coche. Arrancó y se perdió en el ordenado caos de la ciudad. Él se sentó de nuevo y se concentró en un punto indefinido de la pantalla del ordenador, antes de empezar a escribir”.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Día de tormenta


Cuando oyeron el primer trueno, los dos compañeros de Elias no pudieron evitar mirarle.  Este no levantó la cabeza del documento que estaba leyendo, pero comenzó a tamborilear con sus dedos sobre la mesa.  Los otros dos hombres se miraron entre ellos y siguieron trabajando.  Oyeron un segundo trueno y escucharon a Elias suspirar.
- Oye ¿os apetece un café? yo voy a tomarme uno ¿os bajáis conmigo?
Elias no dijo nada.
- Yo si me tomaría uno ¿que dices tu? - dijo el otro hombre.
- Tengo que terminar esto.
- Venga, si van a ser treinta minutos.
Elias no contesto a eso.  Siguió con la cabeza agachada.  Volvieron a escuchar otro estruendo.
- ¿Visteis el partido de ayer? Que bien juega ese chico nuevo.
- Si, un genio, cada vez que coje la pelota...  ¿tú que dices Elias? fue muy bueno
Dijo algo, pero no lo oyeron.  La tormeta cada vez estaba mas cerca.
- ¿Como has dicho?
- Que no lo vi.
Los dos hombres vieron como empezaba a temblar ligeramente.  Uno de ellos hizo como que se le caía un bolígrafo y se agachó a recogerlo.  Elias estaba moviendo compulsivamente una de sus piernas.
- Creo que va a ser mejor que os vayáis a tomar ese café.  Yo tengo que cosas que hacer.  Ya lo sabéis.
- Pero Elias...
- Tranquilos - dijo interrumpiendo - voy a estar bien.  Marchaos.  Va a ser lo mejor para todos.
Los dos hombres se miraron.  Uno de ellos se puso de pie y el otro le imito.
- Bueno, pues vamos a estar abajo si te apetece unirte.
Esperaron durante un instante.  Nadie dijo nada.  Pudieron oír el ruido de la lluvia golpeando los cristales.  Uno de los hombres hizo un gesto con la cabeza al otro y los dos salieron de la oficina.  Bajaron las escaleras hasta el portal.  El estallido de un trueno les hizo detenerse en seco.  Parecía que la tormenta estaba sobre ellos.
- ¿Crees que va a venir?
- No, no lo va a hacer.
- Entonces deberíamos volver.  Antes de que sea tarde.  Puede que le hagamos cambiar de opinión.
El otro hombre hizo un gesto con la cabeza y volvieron a subir las escaleras hasta el tercer piso.  Abrieron la puerta de la oficina y no vieron a Elias.  Sobre su mesa había un estuche de trompeta abierto y vacío.  Los dos salieron apresuradamente y subieron los dos pisos que les separaban de la azotea.  Encontraron la puerta abierta.  Elias estaba en medio de la esplanada, tocando el instrumento.  Tenia la camisa pegada al cuerpo y casi transparente debido al agua.  Ninguno de los dos hombres cruzo la puerta.
- ¿Y esto hasta cuando va a durar?
- Hasta que supere lo de su mujer, o le parta un rayo como a ella.