lunes, 24 de enero de 2011

Una historia de cojones


I


Rogelio Fuentes caminaba hacia su oficina en el centro de la ciudad mexicana de Córdoba, Veracruz. Una niebla espesa, húmeda y caliente lo cubria todo, y ese era su clima favorito.

Cuando llegó, los dos tipos que habían ido a visitarle la semana anterior ya le estaban esperando. Recordaba sus motes, uno era “el güero”. Era el que llevaba la voz cantante, delgado y algo cetrino, vestía una chaqueta vaquera sobre una camisa de cuadros y un sombrero de palma. El otro era “el verijas”, algo mas alto y callado, tan gordo que llevaba los pantalones caidos, aunque quedaba bien disimulado con la guallavera que vestía .

- Buenos días, no esperaba volver a verlos por aquí. - dijo Rogelio, que necesitó tres intentos para meter la llave en la cerradura.

- Buenos días - contestó el güero - Vera usted, es que han habido problemas, pero pasamos y se lo cuento todo.

Dentro del despacho Rogelio tomó asiento en su sillón, detrás de su escritorio e invitó a los otros dos hombres a que se sentasen.

- Perdone. Esto pesa. - dijo el Verijas mientras sacaba una pistola calibre 45 de la cinturilla del pantalón y la ponía sobre la mesa. Aquello no asombró a Rogelio, ya que en la primera reunión hizo lo mismo.

- Creo que ha habido un mal entendido - comenzó a decir el güero - Verá, nosotros le dijimos que le aseguraríamos la llegada de su camión desde el puerto de Veracruz hasta aquí, y nos pagó lo que le dijimos, pero ese es el precio por camión y usted ha recibido dos, y eso no nos lo dijo, así que nos debe la misma cantidad que nos pagó antes. Sin contar con el almacén.

- ¿Como dice? - preguntó Rogelio sacudiendo la cabeza.

- Si hombre, claro, usted no es de por aquí, claro, las cosas en la madre patria seguro que son de otra forma. Pues verá, ese era el precio por proteger la mercancía desde el puerto hasta aquí. Pero el almacén, eso ya es otra cosa. Igual que para proteger el transporte, usted nos necesita para que guardemos su bodega, por que las cosas están muy mal, y hay mucho loco suelto, y sin nuestra protección acabará perdiendo toda su lana. Además, el vino que usted vende tiene pinta de ser caro.

- No habíamos hablado nada de eso antes ¿a que viene todo esto? Les pagué lo que me pidieron la primera vez pensé que... ¿que hace? - el güero había sacado una navaja y estaba grabando con ella una dos sobre el escritorio.

- Esto es lo que nos debe, no se olvide. - dijo apuntando con el arma hacia la cara de Rogelio. - En otras partes las cosas se hacen de forma diferente, pero aquí las hacemos así. La semana pasada mataron a catorce personas en una balacera. Estaban en una fiesta. Alguien hizo que otra persona se sintiese incomodo, y el que daba la fiesta lo pagó. Como usted no es de aquí, nosotros nos ocuparemos de que nadie se sienta mal con usted. ¿Entiende lo que le digo?

- Tranquilo hombre, solo ha sido un mal entendido. - dijo Rogelio mientras abría un cajón de su mesa y sacaba una caja donde guardaba billetes en efectivo. Comenzó a contarlos hasta completar la cifra que estaba sobre la mesa y se la entregó a los dos hombres.

- Con esto estamos en paz - dijo - espero que no tenga que volver a verles por aquí.



II


Rogelio Fuentes conducía su pickup por los caminos de la sierra que rodeaba la ciudad. Tomó el primer desvío que marcaba la entrada a un rancho. Conducía despacio para evitar golpear los bajos del coche al pasar los baches. A los laterales solamente había arboles y de vez en cuando se podía ver alguna mata silvestre de café. Cuando divisó una casa a unos cien metros se detuvo y aparcó la camioneta debajo de las ramas de un guapinole. Abrió la puerta despacio, la volvió a cerrar y metió la mano por la ventanilla para tocar varias veces el claxon. Unos minutos después dos hombres aparecieron de entre la espesura armados con un machete a la cintura , una escopeta de caza y una sonrisa cada uno de ellos. Rogelio sabia que aquel era el recibimiento habitual para los forasteros. Se lo advirtieron la primera vez que dijo que quería subir a la sierra.

- Buenos días - dijo Rogelio mientras rodeaba el vehículo para que los dos desconocidos pudiesen ver que no llevaba nada en las manos. - ¿Tienen ustedes mangos o plátanos?

- Buenos días. No señor, aquí no tenemos. Pero tenemos sandías si quiere. - contestó el que parecía mas viejo de los dos.

- ¿A que precio?

- A dos pesos el kilo.

- A uno y medio me llevo 400 kilos. ¿que le parece?

- Dos es el precio. - Contestó el desconocido.

- Se me hace un poco caro para la sandía. El mango tiene mejor margen. Oiga, me gusta su escopeta ¿me la vendería?

- ¿Y por que no se compra una en una tienda usted mismo, amigo?

- Bueno, por que ya no se hacen ese tipo de escopetas. Yo las colecciono, y esa parece que tiene los cañones de damasco. Todavía no tengo ninguna así.. Le puedo dar treinta mil pesos por ella. - dijo Rogelio alentándose unos pasos.

- Por cuarenta mil y los cuatro cientos kilos de sandía a dos, es suya.

Rogelio aceptó el trato y caminó hacia el hombre, que levantó el arma hasta que los cañones estuvieron en paralelo con el suelo. Después giró la palanca para abrirla y sacar los dos cartuchos sin percutir que tenia en su interior. Los tres cerraron el trato con un apretón de manos.


III


Rogelio dio la última calada al cigarro puro que se habia estado fumando. Miró su reloj y vió ya eran las ocho de la tarde. Cuando se preparaba para irse a casa alguien llamó a la puerta de la oficina. Antes de que pudiese abrir la boca, el Güero estaba dentro del despacho con otro hombre.

- Don Rogelio, amigo. Mira, te presento al señor Gutierrez. Pero no te levantes. Ya nos sentamos nosotros. Nuestro jefe está muy contento con tu negocio. Parece que te va bien, y si a ti te va bien, a nosotros también, claro.

- Bueno - dijo cuando el Güero acabó de alagar su gestión - gracias por todo, pero de momento creo que no necesitaré de sus servicios hasta el próximo envío.

- Pues ahí estamos, amigo Rogelio. La cosa es que como mi jefe es dueño de tres restaurantes por la zona, le interesaría tener parte en tu negocio. La venta de vino español en sus locales da mucha categoría, y con él a tu lado, venderás mucho más. Así que me envía para decirte que a partir de ahora, el veinte por ciento de los beneficios que saques van a ser para él. A cambio, mi jefe será cliente tuyo y facilitará que no pierdas los clientes que ya tienes. Aquí, el señor Gutierrez es su contador de confianza, y va a ser el hombre que lleve tus cuentas a partir de ahora.

- Hombre - contestó Rogelio - una cosa así tengo que pensarla.

- Parece que no lo has entendido. No hay nada que pensar. O lo haces así o lo vas a tener más difícil. ¿Quieres pensarlo? Bueno. Mira, te dejo aquí escrito el porcentaje para que no te olvides y mañana nos pasamos otra vez. Claro que mi jefe puede cambiar de opinión y resultar mas caro.

El Güero sacó su navaja y comenzó a tallar sobre la mesa.

- No creo que sea para ponerse así - dijo Rogelio mientras abría el cajón de su escritorio.

El Güero estaba muy acostumbrado a hacer ese tipo de trabajos, y sabia que la gente suele ponerse nerviosa cuando quiere engañarle de alguna forma, pero se muestran tranquilos cuando aceptan su destino, y Rogelio Fuentes ni siquiera estaba sudando. Tampoco le temblaban las manos cuando le apuntó con la escopeta de cañones recortados que el Güero no tenia claro de donde habia salido. Este se llevó una mano a la los riñones, pero no le dio tiempo a sacar nada cuando la rosa de perdigones se estrelló contra su pecho. Rogelio giró la escopeta hacia el otro hombre, que levantó su mano izquierda como si eso fuera a detener el plomo, mientras que con la otra buscaba algo dentro de su chaqueta. Después del disparo, sus dedos desaparecieron convertidos en una masa viscosa que voló por toda la habitación, junto con parte de su cara. Rogelio arrojó la escopeta al suelo y cogió la navaja que estaba sobre la mesa. Se acercó primero al hombre que acababa de conocer. Respiraba, pero había perdido el conocimiento. Le hizo un corte a un lado del cuello y un chorro de sangre salpicó una pared. Después se dirigió al Güero, que luchaba por respirar debido al impacto. Rogelio lo miró durante un instante. El Güero tosió y se escuchó en su interior un ruido como el de una cañería atascada. Volvió a toser y de su boca salió un borbotón de sangre. Después, todo quedó tranquilo.


IV


Rogelio Fuertes estaba pasando la mañana del domingo cuidando del jardín de su casa. Un coche patrulla se detuvo delante de la puerta. Vió como dos agentes municipales se bajaban y se dirigían hacia el.

- ¿Es usted Don Rogelio Fuentes? - dijo el agente que parecía mas viejo, desde el otro lado de la verja que rodeaba el jardín.

- Si señor ¿puedo ayudarle el algo? - contestó Rogelio clavando el azadón que tenia en la mano en el suelo.

- Pues quiero hacerle un par de preguntas.

Rogelio abrió la puerta y el agente entró mientras que el otro quedó esperando junto al coche.

- ¿Conoce usted a un tal Rigoberto Sanchez, al que llaman el Güero? - comenzó preguntando el agente.

- Si señor, ha estado varias veces en mi oficina

- ¿Y se puede saber para qué iba a su oficina?

- Digamos que se ocupaba de la seguridad de mi negocio. De vez en cuando venia y me pedia dinero a cambio de protección.

- ¿Y usted pagaba? - dijo el agente echandose la gorra un poco hacia atrás

- Pues si. ¿que otra cosa podia hacer?

- ¿Y conoce a un tal Carlos Gutierrez?

- Pues no acabo de estar seguro. La última vez que el güero vino a verme venia acompañado de un tal Gutierrez. No se si será por el que usted me pregunta.

- ¿Y que querian? - dijo el policia, quitandose la gorra definitivamente.

- Dinero. Lo de siempre.

- ¿Y pagó?

- Claro. Pagué. Dos cientos mil pesos.

- Y supongo que no sabe lo que ocurrió después - continuó preguntando, mientras miraba por encima de su hombro para comprobar que su compañero seguia en su sitio.

- Se marcharon con el dinero. Y aquella fué la última vez que les vi.

- Claro. Hemos encontrado el cadaver del tal Gutierrez tirado en una cuneta con un disparo de postas y degollado, y el güero ha desaparecido ¿Se le ocurre que puede haber pasado?

Rogelio se quitó la gorra y se rascó la coronilla durante un instante. Después se la volvió a colocar.

- ¿Por que iba a tener que saberlo? Como digo, cuando se marcharon fué la última vez que les vi.

- Bueno, pues es raro, por que el güero es famoso por ser fiable como cobrador. Y el otro solamente es un contador. Claro que es mucha lana la que manejaban. Quizá se volviese codicioso.

- Yo no le conocia, así que en eso no puedo ayudarle - Dijo Rogelio mientras cogia el azadón.

- ¿Sabe usted que el jefe de esta gente es gente peligrosa? un hombre con cojones.

- Supongo que siempre hay alguien con mas cojones. O mas insensato. Eso es lo bueno de este país. En el mio, si alguien quiere joderte, necesitas un buen abogado y mucho tiempo, pero aquí solo hacen falta dos huevos bien puestos.

- Si, en eso tiene razón. - contestó el policia riendo. - ¿Y que va a pasar si alguien mas quiere extorsionarle?

- Bueno - dijo Rogelio volviendo a cavar la tierra - Supongo que mas gente se volverá codiciosa.

El agente se rascó la nuca, se colocó de nuevo la gorra y colgó los pulgares de la hebilla del cinturón.

- Tenga mucho cuidado. - Dijo al fin - Y la próxima que necesite protección venga a verme. Le aseguro que le saldrá mas barato.

Desde el coche patrulla, los dos agentes pudieron ver por última vez a Rogelio Fuentes de pie en el centro de su jardín encendiendo un gran puro.


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