lunes, 25 de julio de 2011
Chantal Maillard
No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.
De "Matar a Platón" 2004
lunes, 18 de julio de 2011
Cadáver exquisito I
Los parroquianos, acostumbrados a sus jamelgos, abrasados por el trabajo rural, quedaban admirados al contemplar a aquellos jinetes en sus esbeltas monturas. Que llegan poco a poco a la taberna donde revolotean las más intrincadas alevosías, que tienen que devolver los últimos reclusos de la mejor cárcel que encontraron en su vida. No iban más allá. Ir. ¿Dónde? No hay lugar. no hay escapatoria. Sólo la cárcel de sus vidas. De donde no querían escapar. Ella era su carcelera. Él era su carcelero. Y les gustaba. Y delinquían sin perdón. Sin buscar una salida hacia dónde? No, decidí estar sentada junto a la ventana y esperarte. Una mañana apareció un hombre que se llamaba Joau o John, o algo así. Se quedó mirando y me dijo. ¿ No eres demasiado joven para esperar?
¿Y ahora qué? Ahora nada. Adiós, mi vida. Adiós.
domingo, 10 de julio de 2011
Esperanza, 6 meses depués (III)
A las ocho me llama Yoli. Conversión breve. Quedamos en vernos a las diez en el Café Central. Tengo dos horas por delante. Me tumbo en la cama y miro el techo. Cojo un libro. Leo dos paginas. Lo tiro al suelo. Cojo el bote de lubricante. Va a ser la segunda vez hoy. Me doy cuenta de como extraño a Ulises. Después voy a maquillarme y peinarme. Decido jugar a las muñequitas provándome vestidos. Se que no me va a llevar a ninguna parte, ya tengo decidido lo que me voy a poner, pero al menos me entretengo. Decido tirar a la basura un par de modelitos. No por que me vengan mal ni esten pasados de moda. Simplemente no me apetece que estén en mi armario. Son las nueve y media. Tengo que irme. Desde el recibidor veo el libro tirado en el suelo de la habitación junto al bote de lubricante. Voy a recogerlo. No. Me quedo a medio camino. Salgo por la puerta. Al fin y al cabo nadie va a venir a preguntarme por el desorden de mi casa.
Esperanza, 6 meses depués (II)
Cambio de música por si al informático melómano le da por volver por aquí. Sigo trabajando. Va pasando el tiempo. Lo sé por que cada vez tengo mas hambre. Son ya las doce. En dos horas estoy fuera. Angel, del departamento legal asoma su cabeza por mi despacho.
- ¿Que haces hoy para comer?¿te vienes a algún sitio? Nosotros vamos a “el independiente”.
Cuando dice “nosotros” se refiere a sus compañeros de departamento, aunque es tan estirado que perfectamente podría usar un plural mayestático.
- No, tengo comida con la familia. Pero otro día me apunto.
Es cierto lo de la comida con la familia. Pero no pienso apuntarme ningún otro día. Ya se lo dije, yo no tengo relaciones con la gente con la que trabajo, pero él no deja de insistir. Siempre intenta que nos veamos fuera de la oficina. Si como abogado es la mitad de insistente que como galán, entonces tiene que ser cojonudo en su trabajo.
- Bueno, luego nos iremos a tomar unas copas, como siempre. Si terminas, llámame y te decimos donde estamos.
- Si, si, claro. Cuando acabe te llamo y me tomo una con vosotros.
He representado tanto este papel que podría hacerlo incluso en coma.
Sigo trabajando. Me llama mi abuelo.
- Caridad, hija. ¿como estas? Oye, ¿te importa si dejamos la comida para otro día? es que me ha salido algo que hacer.
- No abuelo, no pasa nada.
- ¿La semana que viene bien que vayamos a comer en un restaurante?
- Ya lo hablamos esta semana, abuelo.
- Hasta luego, entonces.
Mi abuelo no me ha dado explicaciones, ni yo se las he pedido, pero imagino que se va con su nueva amiga. Desde que mi abuela murió ha rehecho su vida. Muy deprisa, segun algunos, pero yo creo que ya lo tenia asumido.
Cojo el teléfono.
- Yoli, me he quedado sin plan para comer.
- Estoy con Alberto. Vamos a comer juntos. Luego te llamo.
Cuelga el telefono.
Las dos y media. Me voy a casa. Tengo la nevera llena. Podría cocinar cualquier cosa. Creo que lo mejor sera descongelar unos canelones. Me los como delante de la tele, con una cerveza.
viernes, 8 de julio de 2011
Gran Vïa
No tenía ni idea de lo que iba a hacer en las horas siguientes, pero le gustó la sensación repentina de sorpresa que así, sin más, se había regalado a sí mismo. Al llegar a la esquina de lo que fue el Carlton se paró, para observar si su ánimo y el de la ciudad podrían llegar juntos a alguna parte, aquella tarde.
Tráfico tumultuoso, cómo no.
Edificios tan bellos como el primer día que los vio, treinta años atrás. Su conjunto componía una reconfortante mezcla de cercanía y suntuosidad.
Gente: racimos, filas caóticas, figuras sueltas.
Miradas. Miradas como modo de representación fugaz en el alargado escenario de la calle, que parecía haber sido creada a tal efecto. La Gran Vía no era solo una calle, pensó, mientras orientaba sus pasos hacia Plaza de España. Se trataba de la condensación de lo significaba vivir en Madrid.
Volvió a observar los rostros de los transeúntes con los que se cruzaba. Vio gestos sabiamente incorporados por décadas de urbanita socialización. La sensación general que le provocaban los transeúntes que observaba era cambiante, como un variopinto fluido.
Pensó en la idea de sentirse perdido. Se había sentido así, y hasta hace no demasiado. Mucho y durante mucho tiempo.
Ahora ya no; o al menos no del modo devastador que le había obligado a separarse de Estela. Al final no había encontrado su sitio ideal: lo que durante casi toda su vida había considerado El Lugar. En cierta forma un delirio, una alucinación. Ahora se sentía mejor: al menos había conseguido uno, el suyo. Uno donde había personas, y no solo fantasmas.
Llegó a la Plaza de España. Caminó atravesándola en dirección sur. Antes de abandonarla con el templo de Debod ya a la vista, observó de refilón la estatua de Don Quijote, de quien en cierta época se había sentido acompañado, inútilmente.