miércoles, 6 de abril de 2011

PURO ESTILO AÑOS 50 (Robo con persecución)

Calle San Justo. A un lado, la nueva Biblioteca que el Ayuntamiento ha tenido a bien construir en lo que fue la antigua casa de Iván de Vargas; al otro la egregia iglesia de San Miguel. De frente una pareja de turistas distraídos admirando el entorno. Detrás de ellos, muy pegados, un grupo formado por tres personas, dos hombres y una mujer, de aspecto rumano, latinoamericano, gitano, ...
En un primer momento parecen ir todos juntos, pero hay algo en el último grupo que llama mi atención y me vuelvo. Atónita observo cómo el más bajo de los hombres se ha quitado la chamarra y se la ha enrollado en el brazo izquierdo dejando a la vista una camiseta de algodón azul. Con la mano derecha, sin disimulo, hurga con torpeza en la bolsa que el turista lleva colgada al hombro.
Saliendo de  mi asombro, digo en voz alta:
-  ¡Pero si les están robando!
Mi marido que no se ha dado cuenta, se vuelve y pregunta extrañado qué pasa.
-  ¡Que les están robando!, repito en voz más alta.
Parece que mis voces alertan al turista, que por fin se vuelve. El carterista hace como que recoge el billetero del suelo y se lo devuelve, dándole sabe Dios qué explicaciones.
Todo habría quedado resuelto así si no hubiéramos visto que los ladrones nos adelantan, suben el repecho de la calle Segovia y se pierden entre el gentío. Los dos hombres iban delante, la chica, bastante estilosa, con pantalones vaqueros, chaqueta de lana larga y un sombrero, se queda la última, vigilando la retaguardia.
Picados por la curiosidad, y esperando encontrar a una pareja de proximidad, iniciamos una persecución como si fuéramos Pepe Carvalho y su ayudante. Intuimos que se han metido por la Cava Baja, que a esas horas, las dos y media de la tarde, esta que no cabe un alfiler.
No nos equivocamos. Con solo dar unos pasos vemos al grupo y que la “vigía”   nos localizaba. Aún así ellos siguen a lo suyo… y nosotros, … a lo nuestro… sin encontrar a la pareja de seguridad.
Con toda desvergüenza, el de la camiseta azul —ya lleva quitada la zamarra, por si acaso—, se desliza como una anguila entre un grupo de turistas que caminan por la acera de Lucio con sus bolsos, calibrando las posibilidades que tiene. Nosotros no los perdemos de vista desde la otra acera. La “centinela” tampoco a nosotros.
Como quiera que llegáramos antes a la plaza del Humilladero, tratamos de hacernos los despistados para ver que rumbo cogen. Sin vernos, suben por la Carrera de S. Francisco hacia la plaza de la Latina.
— ¡Qué mal haces de espía! Se queja mi marido. Te descubrirían ensegui-da.¡Disimula un poco!
En pos del disimulo, cruzamos a la acera del mercado de la Latina, sin perder de vista a nuestro trío. En apenas un minuto, la chica —es buena en su trabajo— nos descubre. Se lo dice a sus compañeros y no dudan en dar media vuelta.
Al llegar a la Latina, vemos a una guardia. Le relatamos el incidente. Oímos como avisa por teléfono de la presencia de un grupo de tres rateros, rumanos, latinoamericanos, gitanos, dos hombres y una mujer, vestidos de tal y tal manera que están actuando por la zona de la Cava Baja.
Con la satisfacción del deber cumplido, pensamos que ya era hora de irnos a comer y cogimos la calle Toledo abajo.
De repente de una de las tiendas de ropa de chinos que hay en esa zona, salen los tres individuos. Casi nos damos de bruces con ellos. Tuve que darme la vuelta porque no podía contener la risa. ¡Vaya par de investigadores! ¡Nosotros los hacíamos de vuelta en la Cava Baja y los teníamos ahí, delante de nuestras narices!
Mi marido no está. Lo busco con la mirada y le veo sorteando los coches tras una pareja de proximidad que hay en la otra acera.
Viendo que la policía enfila por la calle de la Ruda en persecución de los malhechores, nos vamos tranquilos a casa.  


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