domingo, 10 de abril de 2011

¿Quien cuidará de ella?

I
No le costó mucho decidirse.
Tenía en su contra todas las dificultades del mundo. Para empezar, era mujer,  joven y bonita; era esposa y madre; tenía marido; era hija, sobrina, nieta, nuera; todos los hombres tenían que opinar. Y en esta parte del universo el “macho”  seguía siendo el REY.  
Tampoco le costó reconocer que si ella, ellas, no tomaba las riendas de su  vida, nadie lo iba a hacer por ellas. Ahí estaban las maquiladoras de Ciudad Juárez. Y tantas y tantas otras mujeres que habían muerto víctimas de esta guerra entre narcotraficantes o lo que fuera.
Así que aceptó el puesto de Jefa de Policía de Práxedis G. Guerrero, contra la voluntad de su marido.
-    No sé que tienes que hacer tú ahí dando la cara por nadie.
-    Y yo no sé de que te extrañas. Ya estaba estudiando criminología cuando nos casamos, y sabías cuáles eran mis sueños. Entre ellos no figuraba quedarme en casa cuidando de mi marido y de mi hijo. Lo sabías entonces y lo sabes ahora.
A las ocho en punto se presentó en el despacho del Comisario General. Se había acicalado cuidadosamente —se permitió ese detalle de coquetería —se había puesto su mejor vestido.
Con decisión, esta frágil mujer dio dos golpecitos, entreabrió la puerta y pidió permiso para entrar en el despacho.
-    Buenos días. Soy Marisol Vallés, Sr. Comisario
-    Pase, pase. Encantado de conocerla. ¿Cómo se encuentra?.
-    Algo inquieta, pero con muchas ganas de ponerme manos a la obra.
-    Me gusta esta actitud positiva. Admiro su compromiso de tratar de recuperar la tranquilidad en este infierno.
-    Muchas gracias.
-    Venga. Le voy a presentar a su equipo.
II
El equipo estaba formado por 19 personas de ambos sexos. El Comisario les dijo que ella era la nueva Jefa, Marisol Vallés. Según les iba presentando uno a uno, ella les daba la mano: Este es Eudoro Valiente, el más antiguo de aquí, será quien le atienda personalmente.
-    Encantado de servirle, Señora.
-    Encantada, Eudoro. Llámeme Marisol.
-    Inés Iparralde, Adela Zapata, Ifigenia Pencil, Agustina Valdés, Clarisa Vendrell, Corina Cayado, Clotilde Cerralbo, Carmela Fernández, Francisco García, Penélope Arenas, Abelina Flores, Filomena Cañetas, Frida Yebra, Conrado Villarreal, Andrés Villa, Edgardo Talamantes, Canuto Barcelata, e Hilarión Zapata
Terminada la presentación Marisol dijo:
-    Gracias a todos por estar aquí a mi lado. Espero que, tras el periodo de adaptación de unos a otros, el equipo funcione como la perfecta máquina que tengo entendido que es. Y ahorita cada uno a lo que tengan entre manos.
-    Señores, dijo el Comisario les dejo con esta encantadora Señora. Deseo que la relación fluya entre ustedes y que este Departamento sea el ejemplo de todo el Distrito.
Terminados los discursos, el Comisario acompañó a Marisol a su despacho. Con la puerta cerrada charlaron un momento.
-    Y bueno ¿qué le han parecido?
-    Así a primera vista, me parece buena gente. Aunque he notado algo de fricción entre dos de las mujeres. Espero que no trascienda al trabajo
-    Si. Clarisa y Corina. Hace un tiempito tuvieron una agarrada por un hombre. Pero no se preocupe. Ya es agua pasada.
-    Hay otra … déjeme ver el esquema. Sí, Penélope Arenas. Parece estar apurada por algo.
-    Bueno. Esta es una mujer separada; se ocupa ella sola de sus hijos y siempre está preocupada por ellos.
-    ¿Algo más?
-    Mmmm… Sí. Es otra de las muchachas. Esta que tiene la mirada huidiza. No me levantó los ojos cuando le di la mano. No me gusta la gente que no mira de frente. A ver el esquema… Agustina Valdés.
-    No se preocupe. Es que es muy tímida. Cuando le coja confianza, verá que es buena compañera. Bueno, Señora. Si no tiene más, me iré a mis quehaceres.
Cuando se quedó sola en el despacho, echó una mirada alrededor. Le gustó lo que vio. Era amplio y estaba limpio. Había una gran mesa con un ordenador de última generación, una silla ergonómica, una impresora, una webcam, un teléfono con línea interna y externa. Una bandeja de tres pisos donde colocar los papeles. La mesa tenía una cajonera a cada lado; a la derecha una papelera, la izquierda un perchero; detrás,  sendos armarios. Todo el frente estaba acristalado; esto le proporcionaba la sensación de más amplitud y la capacidad de observar lo que ocurría en el departamento.
Sonaron unos golpecitos en la puerta. Era Eudoro que venia con dos cafés.
-    ¿Se puede?
-    Sí, sí. Pase, pase. Ahorita mismo iba a llamarle yo. ¡Qué buena idea la de los cafés!... En realidad, no tenía por qué haberse molestado… Bueno, la puritita verdad es que iba a pedirle que me trajera uno… Bien entendido que no quiero establecer una relación de superioridad … Mi intención es que usted y yo trabajemos de igual a igual. El Comisario me lo ha recomendado como hombre de confianza, no solo por ser el que más tiempo lleva aquí, sino también por ser el más honesto.
-    Muchas gracias, Señora.
-    Creo que cuando estemos dentro del despacho será mejor que nos llamemos por nuestros nombres. Después, delante de los demás seguimos con el tratamiento.
-    Como usted diga, Seño… digo Marisol... No sé me parece una falta de respeto
-    No se preocupe, Eudoro, ya se acostumbrará. … Bueno. Lo que yo quería proponerle es que cada mañana nos reunamos aquí hacía las 8,30 para ver el trabajo que nos ha entrado y cómo lo repartimos. En este último aspecto voy a necesitar mucha ayuda, porque aunque yo tengo los reportes de cada uno, usted ha trabajado con ellos y sabe mejor cuales son sus aptitudes o sus defectos.
-    Me parece bueno, Se… Marisol. Nada, que no me acostumbro.
-    Ya verá como sí. Ya puede seguir con lo que estaba haciendo.
III
Los días transcurren tranquilos. Es una Comisaría que no tiene demasiado follón; algún carterista que otro, una “prosti” que vende sus servicios una cuadra más abajo de la comisaría, un “camello” al que han pillado con 5 gr. de coca frente a un colegio de niños a plena luz del día. En general cosas de poca monta. Gente que sale poco después de entrar.
Cada mañana Eudoro y Marisol se reunían a la hora acordada, repasaban las entradas y repartían los casos.
La mayoría de los días es Marisol quien viene con los cafés, ahora que ya ha aprendido donde está la máquina y cuál es el gusto de Eudoro.
Gracias a él se ha reafirmado en su idea inicial de que Clarisa y Corina tienen un problema.
La historia es que un mes antes de la boda, Corina le robó a Clarisa el hombre con quien estaba a punto de casarse, y claro, eso no se perdona. Según Eudoro, Clarisa pidió que la trasladaran cientos de veces, pero el traslado nunca llegó. En su momento hubo agarradas y disputas a voces en el departamento. El Comisario las amenazó con expulsarlas si seguían con esa actitud. Las puso a cada una en una punta del cubículo a llevar la contabilidad de las diferentes partidas que generaba la  Jefatura, y el ambiente se fue calmando.
-    Del resto del personal no debe temer nada, continua Eudoro.
-    Aún así hay otras dos personas que me hacen recelar.
-    Si, ya sé. Ifigenia y Francisco.
-    ¿Cómo lo sabe?
-    Porque al principio a  mi me parecieron lo mismo. Son personas que producen rechazo de entrada. Luego verá que no dan problemas.
-    ¿Se ha dado el caso alguna vez de que haya algún infiltrado?
-    No, no, no. ¡Dios no lo quiera!.
-    A usted se lo puedo decir. Sé que por mi condición de mujer lo tengo muy difícil tanto entre las mujeres —que me creerán “superior”—, como entre los hombres —que me creerán “inferior” con mando. Antes de nada tengo que ganarme su confianza como jefa de todos. Pero no es fácil.
¿Qué es lo que hace que un día te levantes de mejor humor que otro?. Nadie lo sabe. Hoy es un día lindo, luminoso, aunque el hombre del tiempo advierte que cambiará y posiblemente empezará a llover al mediodía. Marisol se encuentra “rara”, no sabe que le pasa; no podría describirlo. Menos mal que Emiliano y Osval ya se han ido y la ha dejado sola.
Desayuna frugalmente y recoge deprisa la cocina. Hoy no tiene ninguna gana de esmerarse. ¿Estará embarazada de nuevo? No, la sensación no es de embarazo. ¿O sí?. Mejor no pensarlo ahora. Ya se verá. Se ducha con desgana, se viste deprisa y se va al despacho.
Afortunadamente las previsiones climáticas no se producen y cuando sale luce el sol, aunque por el oeste se ven unos nubarrones cargados de agua. Llega al coche, abre la puerta y cae “balaceada” a la puerta de la comisaría sin que nadie pueda hacer nada por ella. Como siempre los sicarios van encapuchados y armados con metralletas. Nada distingue este asesinato de los demás.
Dos meses más tarde la policía federal detiene al jefe del cartel de la Familia Michoacana quien confiesa, tras varios interrogatorios, que la operación de la Comisaría de Práxedis la habían llevado a cabo con la ayuda de topos que tenían dentro y la de Emiliano Real, marido de Marisol.


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