lunes, 20 de junio de 2011

Fin de día

Era un lunes por la noche, un día como tantos otros, como otro cualquiera que pudiera recordar.
Ahora, en su memoria, tenía sin embargo el color de ser uno de esos donde la vida parece ir a encasquillarse en cualquier momento, en cualquier lugar: detrás de la expresión vacía de un desconocido; en la seca sensación que queda en el aire cuando una llamada telefónica terminada demasiado pronto; en lo extrañamente arrugado del vestido de una mujer cuando ella llega muy tarde de una cena con amigas.

En la oficina el ambiente era tan abiertamente discordante con lo que para él significaba “un buen lugar para trabajar”, que tarde o temprano se volvería loco si no se decidía a irse de allí cuanto antes; pero no era tan fácil. Eran dos a decidir, dos bajo el mismo techo. Y para ella, lo más fácil era que continuara.

A mediodía, en su hora libre, pidió un refresco en el bar de enfrente a la oficina después del almuerzo, y al hacerlo se encontró con la mirada de un camarero nuevo, un joven con aspecto de viejo. No le entendió cuando dijo “una coca cola, por favor”, pero no se lo hizo notar con su gesto impertérrito, así que durante unos segundos ambos hombres se encontraron en un mundo privado y absurdo de tensa atonía, enlazados por un malentendido que les iba a separar años luz hicieran lo que hicieran en adelante, aunque volvieran a verse todos los días el resto de sus vidas.

Al volver al trabajo se encontró con una de las secretarias de su departamento en pie y delante de la puerta de su despacho, con un teléfono en la mano, en actitud de maternal preocupación. “Es Marcos. Está enfadado”. No hizo mucho por aplacar la conocida furia amanerada de su directo superior, así que escuchó resignadamente y colgó cuando creyó que debía hacerlo, a los pocos minutos.

La vida, la cotidiana rutina, solía terminar para él en pequeños fragmentos idénticos cada día a eso de las diez, con la banda sonora de su programa favorito de la televisión como todo acompañamiento, la bandeja vacía, los pies sobre la mesa, los sueños ya lejos, volando rápido, justo en dirección contraria a donde se encontraba él.
Ella rara vez le acompañaba ya.

También esa noche llegó tarde, con el vestido japonés que le había regalado en su primer aniversario de boda. Al advertir las planas construcciones que las arrugas dibujaban en su espalda, alrededor de la cremallera, supo que, de ahí en adelante, no habría nuevos días como ése.

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