martes, 28 de diciembre de 2010

Un libro (La Catrina)

Ayer por la tarde me acerqué a la Casa del Libro para buscar un ejemplar que un buen amigo mío me había aconsejado efusivamente adquirir, aunque he de reconocer que desde el principio este asunto me resultó de lo más extraño.
Digo esto porque, a pesar de mi insistencia, no conseguí sacarle a mi amigo el título del libro que debía buscar, ni el nombre del autor. No es que no se acordara, que nunca lo hubiera sabido, o que simplemente, al tratarse de una sorpresa, no quisiera decírmelo; lo que ocurría es que, según él, era un libro sin titulo ni autor, y me decía esto como si fuera lo más normal del mundo. Por otro lado, habría que añadir que los únicos libros que le visto leer han sido los de las instrucciones de los muchos aparatos de todo tipo que acumula en su casa.
Para compensar esa incertidumbre me dijo que de todas formas no tenía pérdida ya que era expedido con total normalidad en la planta última de la tienda, que, dado el bombazo que había supuesto su publicación, la habían habilitado en exclusiva para su venta.
Cuando llegué al vestíbulo, descubrí con desánimo que el ascensor se había estropeado. Inicié la ascensión intrigado en parte pero casi convencido de que todo se trataba de una broma de mal gusto.
Al llegar a la que siempre ha sido la última planta, un cartel bastante chapucero indicaba que debía seguir subiendo, que la venta continuaba, pero una planta más arriba.
Subí, por tanto, hasta una especie de ático que no tenía ni idea que tuviera la casa del Libro. Entré.
Un Señor bastante mayor salió a mi encuentro nada más traspasar el umbral. No llevaba el archiconocido chaleco verde con el logotipo de la L en amarillo serigrafiada. Parecía conocerme.
- ¿Viene usted a por el libro?- me espetó- como si todo el destino de mi vana existencia se redujera a ese encargo.
Le dejé hacer.
- Sí. Vengo a por el libro.
- Por aquí, por favor.
Le acompañé hasta una pila de libros iguales que copaba una vieja mesa maciza que ocupaba el centro de la estancia. Parecían a punto de derramarse por todos los lados, y, del difícil equilibrio que formaban, como una escultura cinética o el viejo juego del mikado, cogió uno, y me lo tendió.
Iba a hablar, pero el hombre se me adelantó, y con un gesto dulce y firme a la vez, me despachó del lugar.
En la parada del autobús abrí el libro como si se tratara de aquel que describía sin margen de error como elaborar el elixir de la eterna juventud. La cubierta era de tapa dura, de un rojo intenso, y el grosor mediado, pero de escaso peso. La primera página resulto no ser de papel, sino de plástico plateado, como el que se usan en algunos libros infantiles a modo de espejo, y en ella vi reflejado mi rostro, difuminado.
Perplejo, pasé la página, donde había impresa una única palabra, al principio: hola. La siguiente estaba vacía.
Creyéndome dentro de un sueño pasé de nuevo página y leí: No, no pases de página, respóndeme primero. Lo mismo decía en las dos siguientes.
Atribulado, infundido de ese miedo impreciso de ser presa de un delirio o de una alucinación, pasé el resto de las páginas como si de un abanico se tratase, igual que hacíamos de niños con aquellos libritos que al pasar las páginas a toda velocidad se formaba una imagen en movimiento. La frase que leí en esa secuencia fue: ¿quién eres?
Cerré el libro. Lo dejé en el asiento de al lado. Cuando me bajé observé que un niño lo estaba ojeando curioso.

5 comentarios:

  1. Grande. Al principio pensaba que era una historia real. El tono surrealista me parece interesante. Posiblemente el niño lo disfrute mas, ya que los niños no saben que los libros no pueden hablar.

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  2. Vaya, qué bien plasmada aquella idea. Me gusta mucho y, como Luís, yo también pensé al principio que se trataba de una historia real y me ha mantenido en vilo.¡Enhorabuena Javier!

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  3. Gracias.
    La idea era un poco esa. Buscar el contraste entre el realismo del planteamiento y, como dice Luis, el tono surrealista del desenlace.

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  4. Que buen relato Javier.

    Me gusta el fluir de tus palabras y me enganchó desde el comienzo la historia. Me sorprende aún más el final.

    Que gusto leer tu relato. Enhorabuena.

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